Torrencial

Era un parque, verde y marrón, tenía caminitos de piedra que llevaban a donde quisieras. Un día soleado que contrastaba con la fealdad con la que le miraba, tan mundano que era, tan común que se sentía.

No obstante, era una tortura pasearme por allí sin su presencia, me atormentaba pasar sobre el pasto falto de tu sonrisa y oler el característico petricor sin su melodiosa voz.

Me paseaba mientras el clima parecía odiarme, chispeaba, llovía más, no tronaba por lo que aún podía caminar tranquilo. Venteaba un poco fuerte, solo lo suficiente para poner hojas a bailar burlonas alrededor mío. Pronto el parque se vació y quedamos mi miseria y yo, el viento empezaba a sacudir los árboles con rabia tirando con fuerza de hojas viejas y recién nacidas, por igual, sacudía tan fuerte que desnudaba mi corazón.

Frente mío pasó una mujer, una muchacha tan parecida con su can apresurado, alce mi mano como si deseara alcanzarlos mientras se retiraron velozmente ante la tentativa de tifón.

Mis recuerdos, difusos por las gotas del diluvio, se arremolinaron cuando el picado lago se mostró ante mi, imponente como siempre deslumbraba nuestros momentos de amorío, pedaleando en el cisne que yacía destartalado, ahogándose bajo el peso de la agresiva precipitación.

Mis orbes mojados se desviaron entendiendo por fin lo duro que era mirar esa escena sin soltar un gemido de dolor, mis pies acordando con ellos avanzaron bajo él retumbe de los pequeños hielos que empezaban a caer, saque mi sombrilla al fin, era consciente de que no soportaría el granizo así como se iba a poner, así y todo y no me pensaba refugiarse a la mitad de mi recorrido.

Continué sin focalizar mi mirada, no era posible para mí olvidar algún detalle de nuestra relación, las flores que vivaces se regaban con la lluvia eran a la vez golpeadas y deformadas por el granizo, los árboles temblaban por el fuerte viento que se había desatado, mi ropa tiraba hacia el frente así como lo hacía mi paraguas que no importaba con cuánta fuerza intentará frenarle el seguía tratando de huir.

Mire al frente, aún me faltaba recorrido y muchas dificultades, pero antes había decidido no irme, seguiría el caminito hasta terminar al frente de la reja de salida, no importaba la demora o lo que alcanzará a sentir. Mi propósito era claro y testarudo como siempre ha sido, aún si tuviera que pasar por espinas o llegar a pisar rosas, no importaba el daño que causara, fuera para mí o para otra cosa, siempre lograba lo que me proponía.