La batalla final

No había vuelta atrás, todo lo que alguna vez conocí y amé, todo lo que ansiaba proteger había sido reducido a barro, ceniza y agua se mezclaban impasiblemente bajo mis pies. Lo único que quedaba vivo, además de mis valientes compañeros de batalla, era él, Foreden.

-Maldito traidor, trajiste desgracia a nuestra tierra justo como el chamán Ullanta predijo, a pesar de la acogida y el techo que te dimos. Desleal sangre fría, reptil despiadado, tomaré venganza con estas manos para demostrarte la fuerza de los Kamentsá.

Mi tono tembloroso desapareció con el viento que soltó mi lanza al empuñarla, cegado avancé sin percatarme de que mis acompañantes luchaban ya ferozmente librándome el camino rojo y azul.

Aprovechando su protección me lancé como un tigre a su presa mientras mis oído empezaban a captar cierto sonido grave pero amargo, muy distinguido de los guerreros de nuestra tribu, mis ojos se convertían en la cuna de pequeñas cascadas mientras mi garganta iba adoloriéndose al mismo tiempo que mi boca se resecaba; el sonido que iba aclarándose ante mis oídos era roto, de dolor y desesperación, de resentimiento tan intenso que creció hasta que lo escuche cercano y vivido, claro como los susurros de mi gente. Era yo quien se estaba quebrantando.

El agarre de mi lanza estaba tan fuerte como jamás la había agarrado, mis manos se adormecían de a momentos cada vez más frecuentes y aun así cada que sentía algún atisbo de el hormigueo mi agarre se endurecía, mientras más comprendía mi dolor, mientras recordaba a mis padres, a mi amante, a mis amigos reunidos con la madre tierra, mi pueblo entero destruído por aquel mostró.

Corrí con mis complejos pensamientos torturándome, entre tanto sentía a la eternidad alcanzarme. Este, el momento que esperé desde niño me atormentaba como un castigo divino, no existía la valentía ni el orgullo que hubiera aguardado, no había celebración ni una gran presa para desposar a mi amada. Sólo existía un héroe, un villano y una venganza como ya preveían los antiguos. Esos pensamientos me llevaban a actuar de manera irrazonable, por eso debía aprender a controlarme, recordé la constante reprimenda de mi padre.

-Es su culpa, siempre lo fue…

Él me hablaba como si sus tonterías tuvieran algún efecto en mi firme coraza, lanzaba palabras como si fuesen plegarias hacia un dios que nunca le escucharía.

-En lo que me tuve que convertir para cumplir su maldita profecía me hizo actuar de esta manera cruel, mi destino “prescrito” impulso mis acciones, y las tuyas por igual.

Con cada golpe que lanzaba hacia él, Foreden develaba otra verdad que mi corazón no deseaba escuchar. Mentiras, historias, obligaciones, bueno y malo. El cantar me otorgaba mi propósito, componía mi historia, le daba a él su malicia y sus pesares. Me dió mis lujos, le dió sus torturas. Cierto era que le habíamos tratado de animal, esclavizándolo y matando a su familia, el rechazo y los castigos fueron injustos y lo más probable es que estos le hubieran formado su manera de actuar.

Mi mente, a pesar de mis variados recuerdos, ignoraba estos factores, centrándose en que todo lo que habíamos hecho era en verás de proteger al pueblo. Mi corazón, en cambio, dolía de la culpa y del pesar, una opción más que desventajosa empezo a formarse en mi roto corazón.

Foreden no fué un peligro sino hasta ahora, le habíamos secuestrado y dejado sin cuidado. Este pensamiento me invadió en cuanto vi al niño llorón que siempre había sido, el diminuto sirviente del que todos en la familia nos aprovechábamos.

Vi sus lágrimas caer tan pesadas como las mías, vi sus orbes colmados de confusión tanto como en nuestro primer encuentro, comprendí entonces que mi dolor había sido culpa mía, culpa de mi padre y madre, de mis adorados amigos, del pueblo y de mis codiciosos dioses.

Le observé mientras entre cruzábamos golpes con la mayor de las fuerzas de convicción, su realidad tan alejada como era de la mía se empezaba a parecer con cada golpe que intercambiábamos, mi mente trabajaba arduamente en recapitular todos los eventos en mi vida y organizarlos de manera que pudiera tomar una decisión.

En mi denso dilema la balanza se inclinaba bruscamente con cada recuerdo que llegaba a opinar más para mi que empezaba a tender a un lado, mi vida de goce, lujos y cariño contra su lamentable niñez llena de golpes, insultos y cadenas, cada que mi vista se centraba en la suya veía más convicción, la convicción de alguien herido decidido a vivir, le vi y sentí un frío recorrer mi cuerpo, un largo hierro que cruzaba debajo de mis costillas, sentí el temblor que emanaba incontrolable de su propio cuerpo aunque este no era indecisión, pues en su mirada firme no existía deje de aquello.

-Perdón…*coff coff*por todo- El rojo no me dejaba hablar cada vez manchándome más me sentía realizado, ya que le había dado mi más sincera disculpa en nombre de todos, en mi pueblo existía la tradición de usar nuestro último aliento con un deseo que pudiéramos cumplir en vida o algo que desearamos decir; yo sabía que al reencarnar quizá sería perseguido por aquellos susurros agobiantes que me seguían hasta ahora, pero también sabía que con mi disculpa Foreden podría ablandar un poco su corazón aún humano y pensaría en envolvernos en tejidos ante de retirarse para que pudiéramos ascender, hice lo que era necesario, lo correcto y no me arrepentiría, si me reclamasen al llegar al otro mundo les diría la verdad, él debía vivir, puede que no nos tuviera compasión pero al fín y al cabo nosotros no se la habíamos tenido desde el inicio.