Cuando estás sentado y se te empieza a nublar la vista, cuando después de un arduo día te acuestas a descansar y las mentas te acunan con su embriagadora suavidad, cuando con juicio te acuestas temprano para aprovechar la mañana siguiente más tu cuerpo no hace caso, a ese desjuiciado y rebelde le llamo yo el centro de mi relato lleno de verdad: El sueño.
El cansancio que nos inunda día a día con una promesa tentadora y acogedora, aquel sentimiento que no nos deja pensar en más que en una posición más cómoda en dormir sobre el incómodo pedazo de madera. Ese nos hace preguntarnos si no hubiera sido mejor quedarse en casa con nuestro pequeño trozo de cielo, caliente y confortable a pesar del montón de cosas que tenemos que hacer.
El sueño, mi mayor enemigo, ¿Por qué me sigues si yo alejarme es lo que intento?, no me ansíes importunar tan tercamente, pues mi energía la necesito completa, no labrar me hace ver vaga ante mi espejo interior. Y a pesar de las cosas que quiero probar, vas tú y me engatusas con tu dulce oscuridad.
Sueño déjame en paz, déjame ser una mujer activa, tantas cosas que hacer que no te quiero dedicar ni un segundo más. Sueño te odio más que cualquiera, me cautivas con tu desbordante creatividad, no obstante tu cansancio me molesta.
Sueño, no deseo que me busques ni de noche ni de día, más a pesar de mis cortantes palabras y de mi odio profundo, mi corazón aún tiene el anhelo de encontrarte nuevamente.
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