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Sombras del cambio

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El cambio surge cuando ocurre un evento que nos afecta ya sea directamente o indirectamente. Puede ser tanto bueno como malo, no siempre tiene que ser algo negativo y hoy veremos cómo Peter sentira esa alteración antes del gran evento qué se avecina para el y su futuro ejército

Sombras del cambio-[BI]El cambio surge cuando ocurre un evento que nos afecta ya sea directamente o indirectamente. Puede ser

La brisa cálida de la tarde acariciaba las copas de los árboles alrededor de Casa Búho. Peter estaba en el piso de arriba, sentado en el alféizar de una ventana abierta, mirando fijamente el horizonte. El cielo se teñía de anaranjado con tintes dorados mientras el sol comenzaba a descender. Luz y King practicaban hechizos en el patio, pero Peter estaba ausente, inmerso en sus pensamientos.

Sus ojos, normalmente tan brillantes, estaban apagados, como si cargaran el peso de recuerdos viejos. Pensaba en su niñez. No aquella llena de acción como Spider-Man, ni la marcada por tragedias heroicas. No. Pensaba en esos días grises, mucho antes de que una araña lo picara. Días en los que simplemente era “ese niño callado del rincón”, sin amigos, sin nadie con quien compartir sus aventuras imaginarias o sus cómics favoritos.

Recordó vívidamente un momento en el que, con apenas siete años, se sentó en el columpio del parque mientras los demás niños reían, jugaban y lo ignoraban por completo. Se mecía solo, intentando convencerse de que estaba bien así, que no necesitaba a nadie. En aquel entonces, pensaba que la soledad era su único refugio. Como Naruto Uzumaki, solía mirar al cielo esperando que alguien, cualquiera, se acercara… pero nunca lo hacían. Porque supuestamente sería un peligro para los demás

Ese recuerdo, aunque lejano, aún lo punzaba. Cerró los ojos por un momento, respiró hondo y se permitió sentir esa vieja tristeza. Aunque ahora tenía amigos, familia elegida, y vivía en un lugar lleno de magia y color… esos momentos no desaparecían tan fácilmente.

—¿Peter? —la voz suave de Vee rompió su trance.

Él giró la cabeza lentamente. Vee estaba en la puerta, algo nerviosa pero con una sonrisa sincera. Vestía su chaqueta favorita, con una pequeña mochila al hombro.

—Hey… ¿estás bien? —preguntó, entrando lentamente en la habitación—. Te notaste algo perdido hoy.

Peter bajó la vista un segundo, luego asintió con una sonrisa fingida.

—Sí, solo… pensando.

Vee no insistió. En cambio, se acercó y se sentó a su lado en el alféizar, mirando también el horizonte.

—Bueno… si estás buscando distracción, tengo algo para ti —dijo, girando el cuerpo hacia él—. Me llegó información sobre una comunidad antigua de cambiaformas… como yo. Viven ocultos en una zona del pantano, lejos incluso de las rutas comerciales de Huesoburgo. Y, bueno… no confían fácilmente en los demás.

Peter arqueó una ceja, curioso.

—¿Y tú sí confías en mí?

Vee sonrió.

—Confío en tu instinto. Además… eres un ser ancla, ¿recuerdas? Si alguien puede descubrir verdades escondidas, eres tú. Quizá hasta encuentres respuestas que ni yo tengo.

Peter la miró un segundo más, luego se puso de pie. La nostalgia que lo cubría hacía minutos comenzaba a disiparse con la idea de una nueva misión.

—¿Dónde y cuándo?

—Ahora mismo, si quieres. Tengo un mapa con las indicaciones. No es lejos, pero mejor ir antes que anochezca.

Peter asintió sin dudarlo. Algo en su pecho le decía que esto era importante. Que no solo era un viaje para conocer a otros cambiaformas… sino el inicio de algo mayor. Mientras recogía su chaqueta y se colgaba su mochila, lanzó una última mirada al cielo desde la ventana.

—Tal vez… no esté tan solo como creí.

Y con eso, siguió a Vee hacia la puerta, con pasos decididos, sin saber aún que este pequeño viaje desencadenaría una serie de revelaciones que lo cambiarían para siempre.

Mientras Peter y Vee cruzaban un antiguo sendero flanqueado por árboles torcidos y musgo brillante, la luz del atardecer comenzaba a filtrarse entre las hojas. El aire era denso, casi silencioso, salvo por el crujir de ramas bajo sus pies. Vee guiaba el camino con firmeza, pero Peter, aunque atento, no podía evitar sentir un leve mareo y una especie de hormigueo en la nuca cada vez que leía los viejos símbolos en el mapa que sostenía. Algo estaba despertando en su mente, pero aún no sabía qué.

En Casa Búho, Luz Noceda estaba inquieta.

—No sé, King… ¿no sientes que Peter ha estado raro últimamente?

—¿Raro como que se pone reflexivo y mira al horizonte como protagonista de novela trágica?

—Exacto —respondió Luz, abriendo un viejo álbum de fotos que Peter había dejado en la sala días atrás sin mucho cuidado.

Era curioso. Las fotos no eran del todo normales. Algunas estaban desenfocadas, otras tenían brillos extraños, y una en particular tenía pequeños hilos de telaraña saliendo del borde.

—Hmm… magia reactiva —dijo Luz, tocando una de las fotos.

—¿Vas a hacer lo que creo que vas a hacer?

—Solo quiero saber un poco más. Tal vez así entendamos por qué Peter está tan… distante últimamente.

Luz murmuró unas palabras en voz baja mientras King preparaba un círculo de protección a su alrededor. El hechizo era uno nuevo, algo experimental que Luz había desarrollado para navegar recuerdos encapsulados en objetos emocionales: “Memoriara Aracnea”.

Las telarañas de la foto brillaron y comenzaron a expandirse lentamente, envolviendo a Luz y a King en una especie de capullo etéreo. Cuando la luz se desvaneció, se encontraron en un mundo hecho de hilos brillantes, suspendidos en el aire. Cada hilo era un recuerdo, tejido en patrones complejos, como si cada memoria de Peter estuviera almacenada en su propia red.

—¿Dónde estamos exactamente? —preguntó King.

—Dentro de la mente de Peter… o más bien, dentro de su historia.

Uno de los hilos comenzó a latir con un brillo tenue. Luz lo tocó suavemente, y al instante, todo cambió.

Se encontraban en un parque vacío. El cielo estaba nublado, y el columpio crujía con el viento. Allí, en medio del frío metal y la grava, estaba un niño de cinco años. Peter. Llevaba una camiseta con un rayo dibujado y unos zapatos gastados debido a su uso. Estaba solo, balanceándose lentamente sin sonreír, mirando al suelo.

Luz apretó los labios. Se sentía como si algo le apretara el pecho.

—Es como Naruto… —susurró—. También se sentía solo, incomprendido. No tenía amigos, solo sus sueños.

King, más callado de lo habitual, se acercó al pequeño Peter. Pero como era un recuerdo, el niño no los veía. Solo suspiraba, rascándose la muñeca y murmurando palabras que no alcanzaban a entender del todo.

Luz se arrodilló frente al niño invisible.

—No estás solo, Peter… —murmuró, aunque sabía que no podía oírla.

Un viento ligero sopló entre los árboles. El hilo de ese recuerdo comenzó a deshacerse suavemente, y otro brilló a lo lejos, atrayéndolos como una corriente invisible.

Ahora estaban en una sala blanca, con luces fluorescentes y olor a desinfectante. Era un centro médico. El aire estaba cargado de preocupación. Al fondo, en una camilla, estaba una mujer que Luz reconoció de inmediato: la Tía May. Se veía más joven, pero con esa misma dulzura en la mirada.

En una silla al lado, dormido profundamente, estaba Peter, de unos siete años. Sus lentes de marco grueso colgaban torcidos, y en su regazo había un libro abierto lleno de garabatos, con varias letras mal escritas.

Frente a May, el Dr. Curt Connors hojeaba unos papeles.

—Se lo confirmo, señora Parker. Peter tiene dislexia.

May tragó saliva, sin dejar de mirar a su sobrino dormido.

—¿Cómo… cómo pudo pasar? Nunca lo notamos antes.

—No es raro. Es una condición neurológica, puede ser hereditaria. La dislexia no tiene que ver con la inteligencia, sino con la forma en que el cerebro procesa la información. La lectura, el orden de las letras, la escritura… se ven afectados.

Connors se detuvo un momento.

—Peter es brillante, pero es como si su mente tuviera su propio lenguaje. No es algo que deba asustarla, pero sí necesitará apoyo extra, paciencia… y mucha comprensión.

May asintió, conteniendo las lágrimas. Luz la miró con ternura.

—¿Peter tiene dislexia… y nunca nos lo dijo? —preguntó King, asombrado.

—No lo sabía… —respondió Luz, aún procesando lo que escuchaba—. Y ahora entiendo algunas cosas… su forma de escribir a veces, cómo evita leer en voz alta…

Ambos miraron al pequeño Peter. En su libro, las palabras estaban desordenadas, tachadas, vueltas a escribir. Pero aún así, intentaba leer.

Ese recuerdo también comenzó a disolverse lentamente. Luz y King sintieron cómo el mundo volvía a vibrar, regresándolos al espacio de telarañas.

Ya fuera del segundo recuerdo, Luz y King se quedaron en silencio mientras flotaban entre los hilos del pasado. Ahora entendían un poco más. No solo sobre el dolor de Peter cuando era niño, sino también sobre las cicatrices invisibles que llevaba consigo.

—No se lo dijo a nadie… —dijo King—. Tal vez pensó que no importaba.

—O que lo veríamos diferente… —añadió Luz—. Pero es todo lo contrario. Saber esto solo hace que ire más lo fuerte que ha sido.

Las telarañas comenzaron a vibrar de nuevo, como si más recuerdos quisieran salir a la luz. Pero Luz lo detuvo por el momento. Sabía que hurgar demasiado podía ser peligroso.

—Vámonos por ahora. Peter necesita vivir sus recuerdos a su tiempo. Pero nosotros… ahora entendemos una parte más de él.

Ambos salieron del hechizo. El álbum de fotos se cerró suavemente solo, como si también necesitara descansar.

En ese mismo instante, muy lejos, Peter y Vee se acercaban a una cueva cubierta de símbolos cambiaformas, sin saber que mientras ellos avanzaban hacia una verdad antigua… en Casa Búho, una nueva comprensión se tejía entre sus amigos.

Peter y Vee caminaban por un sendero ya cubierto de raíces antiguas, rodeados de árboles altos y retorcidos. Había algo diferente en ese lugar: no era simplemente viejo, sino cargado de memoria. El aire vibraba con magia antigua, y cada paso parecía hundirlos más en un pasado olvidado. Sin embargo, era el presente lo que pesaba en el aire.

—¿Peter? —preguntó Vee, caminando a su lado—. ¿Estás bien?

Peter miraba al horizonte, donde apenas se divisaban unas estructuras cubiertas de hiedra: la antigua comunidad cambiaformas. Pero su mente estaba lejos, sumergida en algo más profundo.

—Lo estoy… —dijo—, pero este viaje me ha hecho pensar.

—¿En qué?

Peter dudó unos segundos, pero luego, con un suspiro, empezó a hablar.

—En cómo crecí. Siempre fui el raro… el “chico problema” en clase. Me costaba leer, confundía letras, me frustraba escribiendo… pero nadie lo entendía. Solo pensaban que era flojo, o distraído. No tenía amigos. Y yo… yo me lo creí. Me creí que no valía nada.

Vee lo escuchaba con total atención, sus ojos suavizados por una mezcla de tristeza y comprensión.

—¿Fue por la dislexia?

—Sí. Pero no solo eso. Fue todo. Crecer sintiendo que eras menos… que algo en ti estaba mal. Recuerdo las clases en las que me pedían leer en voz alta. Sentía que el mundo se me venía abajo. Veía las palabras bailando frente a mí y todos los demás riéndose. Los maestros pensaban que no me esforzaba.

Hizo una pausa.

—No fue hasta que la tía May me llevó con un especialista que entendieron lo que me pasaba. Y aun así, el daño ya estaba hecho. Me aislé. Pensaba que si no hablaba, no me equivocarían. Si no me acercaba a nadie, no me rechazarían.

Vee bajó la mirada.

—Eso… eso me suena. Cuando estuve en la Tierra imitando a Luz, me sentía como un error. No sabía quién era, solo sabía que quería ser alguien… aceptada. Camila, su madre, fue quien me dijo algo importante. Me habló de su esposo, del padre de Luz. Me contó que él también tenía dislexia. Pero como fue tratado a tiempo, al llegar a la adultez, ya no se notaba tanto. Aprendió a manejarlo.

Peter sonrió levemente al escuchar eso.

—Eso me da esperanza… supongo.

—Peter —dijo Vee con firmeza pero suavidad—, no eres menos. Lo que viviste fue real, fue difícil, pero te hizo fuerte. Y aún estás sanando. A veces, los que más sufren son los que más ayudan a otros… y tú eres uno de esos.

Peter asintió. Y justo en ese momento, la neblina se dispersó, revelando un claro oculto en el bosque.

Ahí estaba. La comunidad cambiaformas.

Casas talladas en piedra viva, árboles fusionados con arquitectura mágica, pequeños espíritus brillando como luciérnagas. No parecía un lugar abandonado. Parecía dormido… esperando.

—Hemos llegado —susurró Vee.

Mientras tanto, en Casa Búho, Luz y King seguían inmersos en los hilos de telaraña de los recuerdos de Peter. Pero esta vez, el espacio parecía más inestable, como si estuvieran entrando en recuerdos más profundos, más dolorosos.

Uno de ellos brillaba de una forma distinta. Más tenue, más solitaria.

—Ese… no lo había visto antes —dijo Luz.

—¿Seguro que quieres entrar?

—Si hay algo que Peter no ha querido compartir, debe ser por miedo o dolor. Y a veces… necesitas a alguien que lo vea contigo, aunque sea desde lejos.

Luz tocó el hilo.

Ahora estaban en un tejado, bajo la lluvia. La ciudad se extendía a lo lejos, brillante pero fría. Peter estaba sentado, con el traje de Spider-Man roto, sangrando por un costado. Su máscara estaba en el suelo, empapada.

Su rostro reflejaba agotamiento. Pero no solo físico. Era una tristeza tan profunda que parecía vaciarlo por dentro.

—¿Qué sentido tiene...? —murmuraba Peter—. Salvar a todos… si al final nadie te recuerda. Si al final… estoy solo otra vez.

Luz y King se miraron.

—Este debe ser justo después de que todos se olvidarán de el para siempre—dijo Luz—. Después del hechizo. Cuando todos… lo olvidaron.

Peter, en ese recuerdo, apoyó la cabeza en sus rodillas, en silencio.

—Creí que siendo Spider-Man podría encontrar algo de propósito. Pero solo encontré más pérdida. Más dolor. A veces… me pregunto si ser un héroe vale realmente la pena. Si soy tan especial como todos dicen… ¿por qué siempre termino solo?

Fue entonces cuando una figura familiar apareció desde las sombras. Una chica de cabello rubio claro, ojos suaves. Era Naminé. No una ilusión, no un recuerdo. Algo más.

—Peter… —susurró, y por primera vez, Luz sintió que estaban conectando con algo fuera del recuerdo.

Peter del pasado no la veía, pero el espacio a su alrededor se distorsionó.

—Hay algo que debes saber… —dijo Naminé, su voz etérea resonando incluso para Luz y King.

El recuerdo comenzó a romperse como cristal agrietado, y justo cuando parecía que Naminé iba a revelar algo importante…

Todo volvió a blanco. Luz y King estaban de regreso en la biblioteca de Casa Búho, ambos sin aliento.

—¿Viste eso? —preguntó Luz.

—¿Qué era eso? ¿Naminé… dentro de sus recuerdos?

—No era solo un recuerdo. Era ella. Intentaba decirle algo a Peter…

—¿Pero qué?

Luz se levantó, con el corazón palpitando.

—No lo sé, pero lo vamos a averiguar.

Mientras tanto, Peter y Vee se adentraban en la comunidad cambiaformas. Espíritus antiguos comenzaban a despertar, reconociendo en Peter una energía distinta. Algo más profundo que magia. Algo que tenía que ver con su ser ancla… y con el futuro que se acercaba.

Peter se detuvo frente a un antiguo mural tallado en piedra: una figura con un símbolo de ancla en la mano derecha… guiando a un grupo de cambiaformas durante una tormenta.

Vee lo miró en silencio.

—¿Qué significa eso? —preguntó Peter.

Vee respiró hondo.

—Creo que estás por descubrirlo muy pronto.

La Biblioteca de la Casa Búho estaba silenciosa. Luz y King se encontraban sentados sobre una alfombra mágica extendida, tratando de entender lo que acababan de experimentar en los recuerdos de Peter. La lluvia golpeaba levemente las ventanas y la atmósfera parecía susurrar que algo más estaba por venir.

Fue entonces cuando la luz en el centro de la habitación comenzó a brillar intensamente. Una figura luminosa se materializó poco a poco. Vestía de blanco, su cabello rubio flotaba suavemente como si estuviera bajo el agua, y sus ojos estaban llenos de una tranquila determinación.

—¿Naminé? —preguntó Luz, boquiabierta.

La joven asintió suavemente.

—Hola, Luz. Hola, King. Vengo porque hay cosas que deben entender antes de que sea demasiado tarde.

—¿Eras tú… en los recuerdos de Peter? —preguntó King, dando un paso hacia adelante.

—Sí —confirmó ella—. Peter estaba roto en aquel momento. Después del hechizo de olvido, pensó que nada tenía sentido, que nadie lo recordaba. Estuvo a punto de dejar el traje de Spider-Man para siempre.

—¿Y qué le dijiste…? —susurró Luz.

—Le recordé que aún tenía su fuerza de voluntad. Que el poder de un verdadero héroe no depende de que lo reconozcan… sino de si puede seguir luchando incluso cuando nadie lo ve.

Con un gesto sutil, Naminé extendió su mano, y en ella apareció la llave dimensional que una vez perteneció a Eda, la misma que Luz había usado para entrar a las Islas Hirvientes desde el mundo humano.

—Fui yo quien activó esta llave… y envié a Peter a las Islas Hirvientes. Sabía que ahí encontraría un nuevo propósito. Algo más allá del dolor.

Luz tomó la llave, observándola con reverencia.

—No tenía idea de que estuvieras detrás de eso. Pero… gracias —dijo con una sonrisa sincera.

Naminé asintió. Antes de desvanecerse, volvió a mirar a Luz.

—Cuando vuelvas a verlo, dile tú también por qué vale la pena seguir usando ese traje. A veces, necesitamos escuchar nuestras verdades desde otra voz.

Y entonces, con un suave destello, Naminé desapareció. Dejando solo a los dos

Muy lejos de ahí, entre montañas rodeadas de niebla espesa, Peter y Vee finalmente habían llegado a la aldea cambiaformas. El lugar estaba oculto entre las raíces de árboles gigantescos, como si el bosque mismo los protegiera.

Las casas estaban hechas de piedra viva y madera encantada. Cada edificio tenía formas únicas, reflejo de los propios habitantes que podían cambiar su apariencia con libertad.

Peter miraba todo con iración, pero pronto notó que Vee se había detenido. Unos pasos más adelante, dos figuras habían salido de una de las casas. Un hombre alto, de ojos suaves y cabello oscuro, y una mujer con rasgos similares a Vee.

Vee se quedó inmóvil, sus ojos se llenaron de lágrimas. Sin decir palabra, corrió hacia ellos.

—¡Mamá! ¡Papá!

Los abrazó con fuerza. Lloraba, temblando, como si todo el tiempo que pasó sola y oculta en la Tierra se liberara en ese instante. Sus padres la envolvieron en sus brazos, sus rostros reflejando un alivio indescriptible.

Peter observó desde la distancia, una sonrisa sincera cruzando su rostro. Ver a Vee reencontrarse con su familia le trajo un recuerdo cálido: una foto en la casa búho. Eda sonriendo, Raine con una ceja levantada, King con una corona de papel y Luz con los ojos brillando de alegría. Y él, en el centro, abrazado a ellos.

“Mi familia adoptiva,” pensó.

Por primera vez en mucho tiempo, no se sintió solo. Había encontrado su lugar.

Fue entonces cuando una figura anciana, con un bastón y una máscara tallada con formas cambiantes, se le acercó. Sus ojos eran blancos, pero no vacíos. Veían algo más allá de lo físico.

—Tú eres el visitante que trae el eco de mundos múltiples —dijo con voz grave—. El niño que lleva el sello del ancla.

Peter se tensó.

—¿Cómo sabes eso?

—Lo vemos en tu energía. Pero aquí, joven Peter, te hablaré de otra verdad: los Seres del Corazón.

Peter frunció el ceño.

—¿Seres del Corazón?

—Donde los seres ancla estabilizan realidades, los seres del corazón conectan voluntades. Son quienes unen almas fragmentadas, quienes dan sentido al caos con pura emoción. Tú... podrías ser ambos.

Peter dio un paso hacia atrás, procesando la magnitud de esas palabras.

—¿Y qué significa eso? ¿Que soy… especial?

El anciano negó con la cabeza, pero con una sonrisa.

—No. Significa que eres necesario. Es mejor que sepas la historia de los seres del corazón

Mientras tanto, en la Casa Búho, Luz y King se alistaban para partir. Sabían que Peter y Vee estaban en una misión más grande de lo que imaginaban. Y si había secretos tan profundos en su pasado… Luz sabía que quería estar allí cuando él escuchara la verdad por segunda vez, no como Spider-Man, sino como Peter Parker.

Y esta vez, no iba a dejar que cargara solo con el peso del mundo.

La atmósfera en la antigua comunidad de cambiaformas era mágica, como si el mismo bosque respirara con ellos. Peter y Vee estaban sentados frente al anciano cambiaformas, cuya mirada blanca parecía atravesar el tiempo y el espacio.

El anciano, apoyado en su bastón de madera viva, comenzó a hablar con solemnidad:

—Cuando un mundo nace —dijo—, no nace solo. El destino elige a un alma pura para que encarne su latido más profundo. Esa alma es llamada el Ser del Corazón. Su misión no es proteger por la fuerza, ni gobernar, sino conectar, unir y mantener viva la esperanza.

Peter escuchaba atento, el peso de las palabras cayendo lentamente en su interior.

—Cuando el Titán de las Islas Hirvientes nació, en sus primeros años, fue Odín quien lo reconoció como el Ser del Corazón. Para sellar ese vínculo, un símbolo de corazón apareció en su mano izquierda: la marca sagrada.

El anciano extendió su propia mano izquierda. Aunque arrugada y vieja, sobre su piel todavía brillaba una leve marca en forma de corazón.

—¿Puede heredarse? —preguntó Peter, curioso.

—Sí —asintió el anciano—. Puede ser heredado de dos maneras: por actos de bondad tan grandes que el mundo mismo responde… o por herencia sanguínea. Es así como cuando la madre de Hunter, Evelyn, bebió la sangre del Titán por necesidad, el niño que crecía en su vientre —Hunter— ya llevaba el símbolo antes de nacer.

Peter abrió mucho los ojos. Todo empezaba a encajar: la conexión entre Hunter y el Titán, la fuerza especial que siempre había sentido en su amigo.

—Y hay más —continuó el anciano—. Cuando Hunter conoció a Willow y ambos comenzaron a construir un lazo tan fuerte y puro, ella también se convirtió en un Ser del Corazón. Su bondad… su amor… fueron tan poderosos que el poder se expandió.

Peter estaba perplejo.

—¿Se expandió?

—Así es. Willow, sin saberlo, transmitió la chispa del Corazón a sus amigos más cercanos: Gus, Amity, Luz... y a ti, Peter.

Vee, que escuchaba en silencio, alzó la voz con sorpresa:

—¿¡Yo también!? ¿Desde cuándo…?

El anciano sonrió.

—Desde el día en que cruzaste al mundo humano de Luz Noceda. El amor que mostraste, tu lucha por encontrar un hogar, tu resiliencia... el reino mismo te reconoció.

Peter se pasó la mano derecha por la nuca, nervioso. Todo esto era demasiado para asimilar.

—¿Así que… siempre fuimos especiales?

—No por tener poderes —corrigió el anciano, con una sonrisa tranquila—, sino por cómo usan sus corazones. Eso los convierte en verdaderos seres extraordinarios.

Mientras tanto, Luz, Amity, Willow, Gus y Hunter se apresuraban entre los senderos ocultos del bosque siguiendo las indicaciones mágicas de King, que olfateaba rastros de magia viva. Finalmente, encontraron la entrada a la comunidad.

Al cruzar el umbral natural de raíces entrelazadas, cada uno de ellos sintió un pequeño ardor en su mano izquierda. Se miraron, desconcertados, solo para descubrir que sobre sus pieles brillaba una marca de corazón, como tatuajes que latían con una luz suave.

—¿Qué es esto? —preguntó Amity, sorprendida, mirando su mano.

—¿Una marca mágica? —añadió Willow, fascinada.

Sin pensarlo, Luz corrió a buscar a Peter, que todavía escuchaba al anciano junto a Vee.

—¡Peter! —gritó Luz, agitando su mano izquierda con la marca.

Peter se volvió y al ver la marca en su mano, su corazón dio un vuelco. No estaban solos en esto. Nunca lo habían estado.

Luz se acercó lentamente y, con la voz temblorosa pero firme, le preguntó:

—Peter... ¿por qué pensaste en dejar tu traje de Spider-Man?

El chico bajó la mirada, respirando hondo. Esta era su oportunidad para ser sincero, sin esconder su dolor.

—Porque estaba... harto —dijo con sinceridad cruda—. Harto de sentirme invisible, harto de darlo todo y aún así perder a quienes amaba. Cuando todos me olvidaron... sentí que no valía la pena seguir luchando. Pensé que tal vez... tal vez merecía ser solo Peter Parker, no Spider-Man.

Luz lo miró, entendiendo ese vacío. Le tomó las manos, firme.

Peter continuó:

—Pero conocí este mundo. Te conocí a ti. Y entendí que la esperanza no viene de los logros ni de los reconocimientos. Viene de seguir adelante... incluso cuando no ves el camino. Ahora, gracias a ustedes, mi confianza está más fuerte que nunca. Sé que no estoy solo.

Luz no pudo contener las lágrimas. Lo abrazó con fuerza, como si pudiera sanar todas sus heridas con un solo gesto.

Amity, que observaba de cerca, sonrió. Desde que conoció a Peter, supo que él era diferente: no solo por su agilidad o sus habilidades, sino porque como Luz, su verdadero poder era inspirar esperanza.

Hunter, Gus, Willow, Vee… todos formaron un círculo alrededor de ellos, como una familia unida no por la sangre, sino por algo mucho más fuerte: el corazón.

El anciano cambiaformas alzó su bastón al cielo.

—¡Escuchen bien, jóvenes del corazón! —proclamó—. El tiempo de las pequeñas batallas ha terminado. Se acerca una guerra que pondrá a prueba la fe de todos los mundos. Los seres del corazón serán la chispa que mantendrá viva la luz en medio de la oscuridad.

Peter y Luz intercambiaron miradas. No sabían exactamente qué les esperaba… pero estaban listos.

La era de la esperanza comenzaba aquí.

Avengers: Kang Dynasty — Doomsday los esperaba.

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