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Elektra: sangre y silencio

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Japón es un país conocido mundialmente por su cultura y el anime en donde esta nación paso por varias etapas al igual que otras naciones debido a acontecimientos que cambiaron su historia desde cosas buenas y malas. Sin embargo ¿que pasa cuando ese pasado tiene una macha muy dura difícil de quitar? Es algo que nuestra protagonista tendrá que resolver antes de la gran guerra multiversal

Elektra: sangre y silencio-[BI] Japón es un país conocido mundialmente por su cultura y el anime en donde esta nación paso po

Tokio. Japón

Tokio, medianoche. Una lluvia fina golpea los techos de los templos antiguos mientras las luces de neón pintan reflejos violetas y escarlatas sobre el asfalto. En lo alto de un edificio abandonado, una silueta se mueve con precisión letal. Es Elektra Natchios, entrenando bajo la lluvia como si el mundo dependiera de cada uno de sus movimientos. Sus sais giran con gracia brutal, cortando el aire con una danza de muerte. Cada golpe, cada giro, cada respiración: todo está calculado.

—Aún no es suficiente… —murmura para sí misma mientras cae de rodillas, agotada, pero no vencida.

Desde que huyó de La Mano, su pasado no le ha dado tregua. Sabía que algún día tendría que regresar, cerrar el ciclo. Ese día ha llegado.

Dentro del templo donde se refugia temporalmente, Elektra guarda un viejo mapa dibujado a mano con tinta negra. En él, los puntos rojos marcan los lugares donde aún operan las células de La Mano. Uno de esos puntos está encerrado en un círculo: "Kuro Yama – Fortaleza de la Sombra", en las montañas del norte de Japón. La base principal. La raíz del mal.

Mientras se limpia la sangre de sus nudillos, sus pensamientos la arrastran al pasado...

Flashback: Años atrás.

Una Elektra más joven, sin cicatrices visibles pero con los ojos ya fríos, camina por los pasillos silenciosos de la fortaleza de La Mano. Rodeada de asesinos y sombras, entrenaba para ser la mejor, para matar sin piedad. Fue buena... demasiado buena. Su alma se oscureció, y por mucho tiempo creyó que era eso lo que quería.

—“El dolor es poder, Elektra. Domínalo o será tu perdición.” —le decía su maestro mientras la empujaba más allá de sus límites.

Ahora, todos esos rostros que alguna vez la rodearon son enemigos.

Presente.

De regreso en Tokio, Elektra se desliza entre callejones con su capa negra ondeando como una sombra viva. Sabe que la están siguiendo. La Mano ha enviado asesinos por ella… y no planean negociar.

Un sonido leve, apenas audible, corta el silencio. Alguien está cerca. Elektra sonríe.

—Por fin…

Cinco de La Mano aparecen desde los tejados. Rápidos. Silenciosos. Letales. Pero no tan letales como ella.

Sin pronunciar palabra, el combate empieza. Golpes secos. Acero contra acero. La lluvia es testigo del ballet sangriento. Uno a uno, los ninjas caen. Elektra, con el rostro cubierto de sangre y lluvia, permanece firme.

—No vendrán más en grupos pequeños —se dice mientras lanza uno de sus sais al suelo y mira el símbolo tatuado en la nuca de uno de los caídos—. Están desesperados.

En ese momento, su viejo o y espía en Tokio, Kenji, aparece entre las sombras. Un hombre de mediana edad, rostro cansado y cicatrices por todo el cuerpo.

—Pensé que estarías muerta —dice con una media sonrisa.

—Todavía no es mi momento —responde ella, sin mirarlo del todo—. ¿Tienes la ubicación?

Kenji asiente y le entrega una pequeña hoja de papel arrugada. Elektra la despliega con cuidado. En ella, un mensaje críptico en japonés antiguo:

"Cuando el sakura florezca donde no hay primavera, el corazón de La Mano estará más expuesto que nunca."

—La fortaleza en Kuro Yama. Han movido a sus líderes allí. Se están preparando para algo grande. —agrega Kenji, preocupado—. Y tú vas a ir sola, ¿verdad?

Elektra guarda el papel en su cinturón.

—Siempre he estado sola. Esto no es diferente.

Kenji suspira. La ira, pero sabe que ese camino sólo lleva al silencio eterno.

Esa noche, Elektra se equipa. Sus sais recién afilados, su armadura oscura, su determinación. Cierra los ojos frente a un pequeño altar con una vela encendida. No reza. Sólo recuerda. Los rostros de los que ha perdido. Los que han matado. Los que todavía deben caer para así de esta forma dejar su pasado atras.

—La Mano pensó que podían borrar mi historia —susurra—. Pero yo la escribiré con su sangre.

Con un salto silencioso, Elektra desaparece en la noche.

En el vasto horizonte japonés. A lo lejos, se ven las montañas cubiertas por nubes negras. Ahí, la Fortaleza de la Sombra espera. Y con ella, los fantasmas del pasado cada vez se acercaban.

El primer rayo de sol apenas asoma entre las nubes cuando Elektra se lanza al bosque, moviéndose como una sombra entre las ramas, veloz y silenciosa. Sus pies apenas rozan la corteza de los árboles. Es como ver un espíritu en movimiento. La velocidad, la gracia, el instinto asesino: todo entrenado por años entre dolor y disciplina, ahora utilizados para acercarse a un único propósito… acabar con La Mano de una vez por todas.

El ritmo de sus pasos es constante, calculado, como si su cuerpo ya conociera el camino. Recuerdos del pasado vuelven con cada hoja que cruje bajo sus pies, con cada ráfaga de aire frío que le golpea el rostro.

Una Elektra más joven, aún ingenua, camina por un jardín interno de la fortaleza de La Mano. El lugar está lleno de niebla y flores exóticas. Allí, por primera vez, conoce al líder supremo de La Mano. Un hombre enmascarado, con una voz grave y pausada.

—“Eres más que una asesina, Elektra. Eres una fuerza. Un arma forjada por el destino. Pero el amor te debilita.”

Elektra, aunque firme, guarda silencio. Matt Murdock ya rondaba su corazón en aquel entonces, y esas palabras aún le pesan en la memoria.

Corriendo por las ramas, esquivando troncos viejos y cuervos que se alzan al sentir su presencia, Elektra se pregunta si realmente valió la pena unirse a ellos. Todo el poder, la precisión, la brutalidad que aprendió, ¿compensan la pérdida de su alma? ¿De Matt? ¿De su humanidad?

—“No todo lo que aprendí fue malo…” —piensa— “…pero todo tuvo un costo.”

Los árboles comienzan a volverse más densos. El aire es más frío, más silencioso. Ni un solo animal. Ni una pisada humana. El bosque parece muerto.

—Esto no es natural… —murmura.

Elektra salta desde una rama hacia el suelo y se arrodilla, tocando la tierra con sus dedos. Está seca. Demasiado seca para una zona montañosa húmeda. Algo la consume lentamente. Oscuridad. Magia. Una presencia que conoce muy bien.

La Mano está cerca.

Avanza en silencio, ahora caminando entre las nieblas. La visibilidad disminuye. Sus sentidos están al máximo. Las rocas parecen susurrar en japonés antiguo. Las montañas de Kuro Yama no son simples formaciones naturales: alguna vez fueron utilizadas como lugares sagrados para rituales prohibidos. Ella lo recuerda bien. Entrenar aquí era como entrenar en una tumba viva.

Joven, vestida con túnica negra, Elektra lucha contra otros iniciados. Es despiadada. Precisa. Todos caen. La recompensa no es una palabra de aliento, sino un castigo menor. En La Mano, incluso el éxito se paga caro.

—“El amor es una grieta en el acero.” —le decía uno de los instructores— “Si piensas en él… morirás por él.”

Matt Murdock. Siempre estuvo en su mente. Su luz. Su ancla. Pero también su debilidad.

.

Ahora, en el presente, Elektra llega a un viejo puente de madera que cruza un río seco. Las piedras están marcadas con símbolos antiguos. Algunos tallados con sangre. Se detiene, coloca una mano sobre uno de los pilares y siente una vibración tenue.

—Magia oscura. Los rituales siguen activos.

Al otro lado del puente, la montaña se alza como un titán dormido. Entre las grietas, se asoma un portón de piedra oculto entre la vegetación marchita. Un par de antiguas estatuas samurái custodian la entrada, sus armaduras oxidadas y cubiertas de musgo. A sus pies, huesos humanos.

—Aquí es… —susurra Elektra, apretando los sais con fuerza.

Mira al cielo. Nubes oscuras giran sobre la montaña como un vórtice, como si el universo respirara con dificultad en este lugar.

—No hay marcha atrás.

Elektra da su primer paso hacia la fortaleza. A su alrededor, todo permanece en silencio. No hay aves. No hay viento. Sólo una certeza: este será el enfrentamiento final.

El silencio dentro del templo es absoluto. Ni un murmullo, ni un soplo de viento logra colarse por las gruesas paredes de piedra. Las antorchas de fuego azul iluminan el largo pasillo que se extiende ante Elektra, quien avanza con la mirada firme, los sais aferrados a sus manos como si fueran extensiones de su alma.

Cada paso que da suena como un eco lejano que parece despertar los recuerdos del templo. Aquí fue donde se forjó. Aquí nació como asesina. Y ahora, volvería para terminar lo que empezó.

Las puertas del gran santuario se abren solas con un crujido seco. El aroma de incienso oscuro, quemado con hierbas místicas, golpea sus sentidos. Frente a ella, en la penumbra, se alza una figura que le resulta demasiado familiar. El líder de La Mano.

Alto, vestido con una túnica negra con bordes rojos, un rostro oculto tras una máscara dorada.

Pero Elektra no necesita ver su cara para reconocerlo. Su voz, su aura, su presencia… son inconfundibles.

—Has tardado, Elektra. —dice con tono pausado, casi nostálgico—. Aunque… siempre supe que regresarías de alguna forma.

Elektra no responde de inmediato. Solo da unos pasos más, quedando a unos metros de él.

—No vine a reconciliarme con mi pasado —dice con dureza—. Vine a destruirlo para siempre.

El líder inclina la cabeza, como si esas palabras no le afectaran.

—¿Y aún crees que puedes separarte de lo que eres? ¿De lo que fuimos? Tú no eres diferente a mí. Solo una pieza más de esta eterna danza de sangre.

Elektra guarda silencio. Las palabras le calan hondo. Lo odia por lo que hizo con su vida, pero en el fondo sabe que él no miente del todo. La Mano no solo la entrenó. La moldeó, la rompió, y la reconstruyó como arma.

—Yo no soy tu creación. No más. Además, yo no soy tú marioneta

El líder da un paso hacia ella, su silueta imponente bañada en la luz azul de las antorchas.

—Cuando te fuiste, llevaste contigo una deuda… No la olvidé. Y aunque hayas vivido como una sombra en la luz… esa deuda te ha perseguido hasta ahora. Hoy tú débito sera pagada

Elektra aprieta los dientes.

—¿Qué quieres de mí?

El hombre ríe suavemente, su tono mezcla de burla y compasión.

—Lo que siempre quise: que aceptes tu destino. Que abraces lo que eres. Hoy, el templo no es solo un final. Es una prueba. La última. Y debes pagar con sangre… o redención. Debes elegir muy bien el rumbo que vas a elegir para saber quién eres en realidad

Da media vuelta y comienza a alejarse, sus palabras colgando en el aire como cuchillas.

—Tu alma nos pertenece, Elektra Natchios. Pero aún puedes elegir cómo termina tu historia. Eres responsable de cómo culminará tú vida

Las puertas detrás de él se cierran y con eso la prueba estaba a punto de empezar.

Elektra queda sola por unos segundos. Su corazón late fuerte, pero su mirada no tiembla. Ella sabe que no es una conversación cualquiera. Es una sentencia disfrazada de despedida.

De pronto, los pasos resonando por los pasillos laterales anuncian lo inevitable. Decenas de soldados de La Mano emergen de las sombras como si estos hubieran aparecido dé la mismísima oscuridad. Rápidos, silenciosos, armados hasta los dientes.

La rodean.

Uno a uno van cerrando el círculo. Algunos llevan katanas, otros llevan cadenas, dagas, garrotes,kunais y otras armas mas. Sin embargo todos tienen algo en común: ojos sin alma.

Elektra gira sobre sí misma, sus sais alzados. Su respiración es controlada. Su cuerpo está listo. Ha estado esperando este momento toda su vida. No va a huir. No esta vez.

—¿Quieren cobrar la deuda? —dice con una sonrisa fría—. Entonces cobren con todo. Yo estoy lista para todo

El primer soldado ataca. Elektra se mueve como el viento: esquiva, gira, golpea. El metal de sus sais choca con la katana. Un segundo soldado viene por detrás. Elektra se agacha, gira sobre su eje, lo derriba y clava uno de sus sais en el hombro del siguiente atacante.

La lucha apenas comienza.

Las sombras bailan en las paredes del templo mientras el sonido del acero llena el aire. Elektra lucha como un huracán carmesí. Cada movimiento está cargado de precisión, rabia, y dolor contenido. No solo pelea contra los soldados. Está peleando contra todo lo que fue.

En un instante de pausa, sangrando del brazo pero con la mirada encendida, Elektra se queda en medio de los cuerpos. No ha terminado todavía.

Pero tampoco se rendirá ante la adversidad.

El templo se estremecía con el eco de los gritos y el retumbar de la batalla. Elektra, cubierta en sangre y sudor, camina con pasos decididos por los corredores de piedra, ahora teñidos de rojo. Había derrotado a los soldados de La Mano, pero aún faltaba el último demonio por enfrentar. El líder. Su sombra. Su deuda.

Mientras avanza, su mente se inunda de recuerdos: entrenamientos brutales, misiones silenciosas, noches en las que lloró en soledad. Cada imagen alimenta su convicción. No hay redención sin enfrentamiento. No hay libertad sin verdad.

A kilómetros de distancia, Kenji, su viejo aliado y amigo de infancia, corre hacia el palacio principal tras recibir una señal de humo desde el bosque. Al llegar a las puertas, ve los cuerpos caídos de varios soldados. Uno de ellos, aún con vida, se arrastra entre los escombros.

Kenji se agacha, lo gira y le pregunta:

—¿Dónde está ella?

El soldado escupe sangre y con una sonrisa siniestra responde:

—Con nuestro líder... para sellar su destino.

Kenji lo deja inconsciente y entra corriendo al corazón del templo.

En el gran patio del templo, rodeado de columnas y con la luna llena sobre sus cabezas, Elektra encuentra al líder de La Mano esperándola. La escena es poética: la nieve empieza a caer levemente, contrastando con el calor que arde en sus corazones.

—Pensé que no lo lograrías —dice él, con una media sonrisa.

—Deberías conocerme mejor —responde ella, con los sais empuñados.

El silencio cae un instante. El viento sopla fuerte. Y entonces, el líder habla con voz grave:

—¿Qué es lo que quieres, Elektra? ¿Venganza? ¿Redención? ¿Perdón?

—Quiero libertad. Quiero cortar el lazo que tú me impusiste.

Él asiente con la cabeza.

—Fuiste mi mejor creación. Mi mayor orgullo… y mi mayor traición. Te entrené, te elevé por encima del resto. ¿Y ahora vienes a matarme?

—No vine a matarte por lo que me hiciste —susurra Elektra—. Vine a matarte por lo que casi me convertiste.

La tensión se rompe. Ambos se lanzan al combate con una intensidad salvaje.

La pelea es brutal, elegante y personal. Las katanas del líder chocan con los sais de Elektra en una danza mortal. Cada golpe es una palabra no dicha. Cada esquiva, una lágrima contenida. Se mueven como sombras entre la nieve, dejando rastros de fuego con su velocidad y poder.

Elektra es empujada hacia una columna y luego lanzada al suelo. El líder se acerca con la espada en alto, pero ella rueda y contraataca con una patada giratoria, haciendo que él retroceda.

—¡No puedes escapar de lo que eres! —grita él.

—¡Tú tampoco! —responde ella con furia.

Desde una esquina, Kenji aparece jadeando. Mira la escena, su amiga en pleno combate contra el demonio de su pasado. Sabe que no puede intervenir. Esta pelea no le pertenece.

El líder, herido en el hombro, sonríe.

—Si me matas, te conviertes en mí.

Elektra lo mira a los ojos, firme:

—No, si lo hago por mi propia voluntad.

Entonces da un salto hacia atrás y cierra los ojos. Su respiración se ralentiza. Sus sais caen al suelo. Con las manos desnudas, empieza a concentrar su energía. Sus dedos giran en espiral, moldeando el aire. Una esfera de energía azulada y pulsante se forma en su palma. Una técnica secreta que había perfeccionado en silencio durante años. Una mezcla de ki, furia y alma.

El líder se lanza hacia ella, gritando.

Elektra corre también.

—¡ESTO SE ACABA AQUÍ!

Y como un rayo, golpea con la esfera directo al rostro del líder.

¡BOOM!

El impacto lo lanza por los aires, rompiendo columnas, dejando una estela luminosa y una explosión sónica que hace temblar el templo. Cuando el polvo se asienta, el líder yace en el suelo. Inconsciente. Vencido.

Kenji corre hacia ella. Elektra apenas puede mantenerse de pie.

—Lo hiciste… —dice él, ayudándola a caminar.

—No. Lo hicimos… al romper el ciclo.

La nieve cae más fuerte. El templo, testigo de siglos de sangre, ahora guarda silencio. Un nuevo comienzo nace sobre sus ruinas.

Horas después, Kenji lleva a Elektra en su moto hacia las afueras de Tokio. Ella descansa contra su espalda, viendo los árboles pasar. Las heridas arden, pero su alma… por primera vez en mucho tiempo… se siente ligera.

Ha pagado su deuda.

Y está lista para lo que viene.

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