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Hulkling

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Cuando pensamos en la realeza, se nos viene en la mente algunas familias reales que existen o existieron en su momento. Desde Portugal, España, Francia, Inglaterra, Alemania, Hungría, Grecia entre otras naciones más son grandes ejemplos, sin embargo hoy conoceremos como Dorrek VIII, también conocido como Theodore Teddy Altman volverá a su cuidad en búsqueda de wiccan

Hulkling-[BI]Cuando pensamos en la realeza, se nos viene en la mente algunas familias reales que existen o existieron en su m

En algún lugar de la tierra

El cielo de la Tierra aún no se había recuperado del todo. Aunque los portales ya no desgarraban la atmósfera y el aire no olía a destrucción multiversal, las cicatrices seguían abiertas, visibles desde el firmamento. Hulkling surcaba los cielos con velocidad, envuelto en un manto de energía real, mientras su mente se debatía entre la responsabilidad de su imperio y la ansiedad palpitante en su pecho.

—Billy... por favor, dime que estás bien... —murmuró para sí mismo, la voz ahogada por el viento.

Toronto pasó debajo como una maqueta rota: grúas operando día y noche, niños corriendo entre lonas azules de refugios temporales, y héroes locales reparando lo que quedaba de los edificios. Luego Boston, parcialmente cubierta por domos de energía para contener zonas de distorsión temporal aún sin resolver. Hulkling apenas se detuvo, solo observaba, registrando los cambios, midiendo el tiempo que había perdido en esa amalgama de mundos llamada Battleworld.

Cada ciudad era un testamento a la supervivencia. Y cada una lo empujaba a volar más rápido.

Cuando sobrevoló Nueva York, una punzada le atravesó el corazón. Allí fue donde lucharon juntos por última vez, donde Wiccan canalizó energías arcanas para proteger a miles, incluso cuando el multiverso colapsaba sobre sí mismo. Desde lo alto vio la Torre Stark reconstruida parcialmente y los rascacielos con hologramas de agradecimiento a los héroes caídos.

Hulkling descendió brevemente sobre una azotea abandonada, su capa ondeando con fuerza. Cerró los ojos. No podía ir directamente a buscarlo aún. El deber lo llamaba. Su pueblo lo esperaba. Su imperio lo necesitaba fuerte.

Pero su corazón, ese pedazo humano y enamorado, lo empujaba en otra dirección.

—¿Y si no está? ¿Y si no volvió...? —susurró.

Una ráfaga de recuerdos lo invadió. Las risas compartidas en la nave imperial. Los silencios antes de una batalla. Las noches donde solo el tacto de Wiccan calmaba sus nervios de joven emperador.

Abrió los ojos y respiró hondo. No, tenía que seguir. Primero comprobaría que el Imperio estaba intacto. Luego volvería por él, por Billy.

Volvió a alzar vuelo. La energía skrull recorría sus venas, fortaleciéndolo, mientras sus alas de energía real lo impulsaban sobre los océanos. Las naves diplomáticas lo detectaron apenas cruzó la atmósfera superior. Varias escoltas se posicionaron a sus lados. La voz robótica de la guardia imperial sonó a través de su comunicador:

—Su Majestad Hulkling, el Imperio le da la bienvenida. El Palacio Real se encuentra en posición segura. Sus ministros aguardan su regreso.

Hulkling no contestó. Solo bajó la mirada. Desde la órbita podía ver su reino flotante, un híbrido entre la tecnología kree y la arquitectura fluida skrull. Había luces. Había movimiento. Había vida. Sus soldados estaban ahí. Su pueblo estaba a salvo.

Pero, ¿y Billy?

Descendió en el centro del Palacio Real, sus botas impactando sobre el mármol celeste. Las puertas se abrieron con un susurro. Ministros, estrategas y generales se inclinaron ante él, pero él no dijo una palabra.

Caminó por los pasillos como un fantasma.

Cerró el acto con una sola mirada, hacia el horizonte, hacia la Tierra, susurrando en silencio:

—Aguántame, Billy... ya voy por ti.

La sala del consejo imperial brillaba con tonos púrpura y dorado. Cúpulas suspendidas proyectaban mapas galácticos y datos en tiempo real. Hulkling, sentado en su trono, vestía su armadura real, pero su rostro estaba lejos de irradiar autoridad. Su mirada estaba ausente, vagando entre coordenadas y hologramas.

—Majestad, —dijo la Primera Consejera Skrull—, la unificación Kree-Skrull ha resistido gracias a su liderazgo, pero debemos considerar nuestra posición en la Tierra tras las Guerras Secretas.

—Sí... claro —respondió Hulkling automáticamente.

El almirante K’laar, de postura rígida y voz profunda, añadió:

—Muchos mundos en la Vía Láctea están fragmentados. La Tierra, especialmente, ha sido clave. Usted, como emperador, representa un vínculo directo. Una base diplomática sería estratégica.

—Una embajada en Nueva York. ¿No es esa la propuesta? —dijo Hulkling, intentando sonar enfocado.

—Y una representación permanente de la Tierra en nuestro consejo, quizás un héroe terrestre... un Avenger, incluso.

Hulkling respiró hondo.

—Wiccan... —susurró, casi sin darse cuenta.

Los consejeros se miraron entre sí.

—¿Majestad?

El emperador sacudió la cabeza, como despertando de un trance.

—Perdón. Es solo que... lo último que supe de él fue durante el final del conflicto. Después del colapso... no he tenido noticias.

La sala se mantuvo en silencio.

—Majestad, con el debido respeto, —dijo la Primera Consejera—, Wiccan no es solo su esposo. Fue pieza clave en la salvación de varios mundos. Si ha sobrevivido, también es un símbolo. Su bienestar es una cuestión política y personal.

Hulkling se levantó.

—Tienen razón. Necesito encontrarlo.

—¿Y el consejo?

—Tomen las decisiones necesarias para establecer la embajada. Apruebo todas las recomendaciones. Pero hasta que esté seguro de que Billy está bien, no podré enfocarme del todo.

No esperó respuesta. Su capa ondeó al girar. Salió de la sala con pasos decididos, mientras los consejeros comentaban entre susurros: el emperador volvía a ser un guerrero antes que un político.

Mientras tanto, en la Tierra…

En un pequeño claro en las afueras de Salem, Massachusetts, una casa flotaba sobre un campo cubierto de flores y magia. Los hechizos en las paredes susurraban protección. En el interior, el calor del hogar era real, no mágico. Una chimenea encendida. Una mesa con desayuno.

Wiccan, de cabello más largo y mirada tranquila, terminaba de preparar té.

—¿Tommy? ¿Dónde estás?

Speed apareció en la cocina en un parpadeo.

—Aquí. Me comí los panqueques. No me culpes, estaban en su punto.

Wiccan sonrió, resignado.

—Podrías al menos dejarlos flotar hacia mí antes de devorarlos.

—La comida no flota, hermano. ¡Se come!

Ambos rieron. Desde la sala, una voz cálida interrumpió:

—Niños, no griten. Estoy leyendo. —Era Wanda. Sentada junto a la ventana, con un libro antiguo de magia y una taza de infusión.

Wiccan la observó con ternura. Después de todo lo ocurrido, los tres estaban juntos. Una familia. Una tregua de paz. Pero incluso en la calma, Billy sentía una vibración en el pecho. Una falta. Un vínculo sin cerrar.

—¿Estará bien...? —murmuró.

Speed lo escuchó.

—¿Te refieres a Hulkling?

Wiccan no respondió al principio. Luego asintió.

—Sé que está vivo. Puedo sentirlo. Pero no sé qué ha pasado desde el colapso.

—Pues deberías ir a buscarlo. O al menos usar tu magia para localizarlo.

—No quiero forzar nada. Si él está buscando algo importante para su gente, debo darle espacio... —suspiró—. Pero lo extraño, Tommy. Lo extraño cada día.

Wanda, desde el sofá, cerró su libro.

—Si algo aprendí en esta vida… es que nunca hay un momento perfecto para el amor. Solo momentos valientes.

Wiccan la miró. Y sonrió.

De vuelta en el Imperio…

En el hangar real, Hulkling supervisaba los últimos ajustes a su nave personal. Su escudo real colgaba de su espalda. En su pecho brillaban los emblemas de Kree y Skrull. Pero era su corazón el que lo guiaba ahora.

—Traedme coordenadas exactas de la última vez que vi a Wiccan —ordenó al sistema de navegación—. Cruzo el hiperespacio en diez minutos.

Una oficial se acercó:

—¿Desea escolta?

—No. Esta vez... iré solo.

Subió a bordo de la nave. Cuando los motores rugieron, Hulkling miró hacia el reflejo de la Tierra que colgaba en el espacio como un recuerdo. Cerró los ojos.

—Billy… estoy en camino.

La nave desapareció en un destello de luz azul.

El cielo de Salem se abrió con un rugido sónico. Una nave esmeralda descendía a baja altitud, rompiendo la quietud de aquel pequeño pueblo envuelto en niebla mágica y rumores antiguos. Las campanas de la iglesia del centro se agitaron por la vibración del aire. Gente salió de sus casas, apuntando con móviles y rostros desconcertados.

La nave imperial Kree-Skrull aterrizó suavemente a las afueras, cerca del claro donde se encontraba la vieja casa de Wanda Maximoff. La nave se abrió con un silbido hidráulico, revelando a Hulkling descendiendo, imponente con su capa verde y el escudo brillante colgado a su espalda.

Apenas había dado unos pasos cuando una patrulla del pueblo se detuvo con chirridos. El alcalde Edward Gilroy, un hombre robusto, de traje anticuado y expresión altiva, bajó del vehículo junto a dos policías.

—¡Oiga! ¡Esto es una zona residencial, no una pista de aterrizaje militar! —gritó, acercándose con pasos firmes—. ¿Quién diablos cree que es?

Hulkling dio un paso al frente, su voz firme y diplomática:

—Soy el emperador Dorrek VIII, soberano del Imperio Unido Kree-Skrull. Vengo en misión personal a esta región.

El alcalde soltó una carcajada amarga.

—¿Emperador? ¿Qué es esto, una película? ¿Dónde están las cámaras? ¿O es alguna farsa de los activistas estos que se creen superhéroes?

Los oficiales miraban a Hulkling con desconfianza, uno incluso deslizaba su mano hacia su arma.

—No tengo intención de causar conflictos —dijo Hulkling—. Vine buscando a alguien. Un habitante de este pueblo. Su seguridad me preocupa.

El alcalde bufó.

—¿Seguridad? Este pueblo era seguro hasta que empezaron a llegar “gente especial”. Brujas, mutantes, extraterrestres, y... bueno, parejas que hacen “cosas poco naturales”. ¿No será que vienes a busc–?

No terminó la frase.

En un instante, Hulkling lo tomó del cuello y lo levantó del suelo como si no pesara nada. Sus ojos brillaban, no de ira, sino de dolor contenido.

—He luchado en mundos donde el prejuicio ha destruido civilizaciones enteras —susurró con furia—. Y te atreves a llamar "antinatural" a amar a alguien como tú. Eres un político mediocre. Tus palabras dan más pena que sentido. Como ese dictador de cuarta categoría, Maduro, al que muchos trataron de líder. ¿Sabes qué hacen los imperios con figuras como tú? Las olvidan.

El alcalde, rojo del rostro, pataleaba.

Uno de los policías se adelantó, pero Hulkling bajó al hombre con brusquedad y sin daño. Se giró hacia los oficiales.

—No vine a pelear. Pero tampoco toleraré ignorancia ni odio. No hoy.

El ambiente era tenso. Silencio absoluto.

Hasta que... algo retumbó en la distancia.

El cielo se oscureció ligeramente. Desde las colinas del este, una figura se alzaba, apenas visible en la bruma. Un extraño contorno como si el aire vibrara, distorsionando la realidad.

Hulkling entrecerró los ojos. Los sensores de su armadura captaron una anomalía energética.

—¿Qué es eso...? —murmuró.

Los policías también lo notaron. La distorsión tomó forma, como un portal roto. De su interior emergieron sombras. Criaturas sin rostro, con cuerpos que oscilaban entre lo físico y lo etéreo.

El alcalde retrocedió, horrorizado.

—¡¿Qué demonios...?!

Hulkling sacó su espada de energía.

—Una amenaza... aquí, en Salem. No podía ser coincidencia.

Al fondo, en la casa de Wanda, Wiccan sintió la perturbación. Levantó la vista, alarmado.

—¡Billy! —gritó Speed desde la ventana—. ¡Algo está pasando en el bosque!

Wanda se levantó de inmediato.

—Las barreras mágicas tiemblan. ¡Prepárate!

Wiccan asintió. Su cuerpo comenzó a brillar con energía arcana.

En el bosque, Hulkling se preparaba para enfrentar el ataque, mientras detrás de él, el pueblo observaba, por primera vez, no a un emperador alienígena, sino a un defensor.

El dragón descendió del portal con un rugido que quebró el cielo. Su cuerpo gigantesco, cubierto de escamas negras como obsidiana ardiente, medía más de treinta metros. Sus ojos eran un abismo carmesí. Las garras rasgaban la tierra mientras su cola demolía árboles como si fueran simples palillos.

Hulkling no retrocedió.

Extendió su espada imperial, brillante con energía Kree-Skrull. Sus pies se clavaron en la tierra, su mirada firme.

—Tú elegiste el lugar equivocado, monstruo.

El dragón lanzó una llamarada infernal. Hulkling alzó su escudo, desviando el fuego con dificultad. El calor era insoportable. El suelo alrededor comenzaba a derretirse.

Desde el cielo, una figura veloz descendía envuelta en luces arcanas.

—¡Teddy!

Era Wiccan. Su túnica flotaba con el viento mágico, sus manos brillaban como soles violetas.

—¡Billy! —gritó Hulkling, sin ocultar el alivio.

Wiccan extendió las manos y un escudo de energía mágica envolvió a ambos, bloqueando la segunda llamarada del dragón.

—Sabía que estarías aquí —dijo Wiccan, jadeando, con una media sonrisa—. Siempre vas donde hay problemas.

—Y tú siempre llegas justo cuando más te necesito.

Ambos compartieron una mirada breve pero intensa. Luego, sin más palabras, se lanzaron al combate.

El dragón batió sus alas y se elevó, creando un tornado de aire que destrozó parte del bosque. Hulkling se impulsó con sus botas propulsoras y cortó una de las alas con su espada, hiriéndolo. Wiccan aprovechó el momento y canalizó un rayo de energía mágica concentrada directo a los ojos de la bestia.

—¡Vamos, juntos! —gritó Hulkling.

Wiccan voló junto a él, y ambos cargaron. En perfecta sincronía, Hulkling golpeó el pecho del dragón con el escudo, mientras Wiccan invocaba una lanza de luz que atravesó su lomo.

El dragón rugió, lanzando un último aliento de fuego, que Wiccan desvió con un hechizo de hielo inmediato. El choque de temperaturas creó una explosión de vapor. En medio de esa nube, Hulkling rugió con su propia energía, concentrando todo su poder en la espada imperial.

—¡Por nuestra gente! ¡Por la Tierra! ¡Y por él!

Con un salto colosal, Hulkling clavó la espada en el cuello del dragón, que cayó al suelo con un estruendo.

Silencio.

El monstruo se desvanecía, su cuerpo convirtiéndose en cenizas mágicas.

Wiccan flotó hasta él, agotado pero sonriendo. Hulkling lo tomó de la mano, ayudándolo a mantenerse en pie.

—Te ves terrible —dijo Wiccan entre risas.

—Y tú estás más hermoso que nunca —respondió Hulkling, jadeando, con la frente ensangrentada.

Ambos se abrazaron. Largo. Sincero.

—Pensé que no te volvería a ver —susurró Wiccan.

—Yo también. Todo lo que he hecho, cada decisión, cada batalla... fue con la esperanza de volver a esto. A ti.

Wiccan apretó su rostro contra su pecho.

—No podemos seguir perdiéndonos. No cuando el mundo cambia cada día. Te necesito, Teddy. No como emperador. Como mi hogar.

Hulkling tomó su rostro con suavidad.

—Y tú eres lo único que me ancla. Lo prometo: no más distancias, no más imperios sin ti a mi lado.

Se besaron bajo un cielo que lentamente comenzaba a despejarse.

Desde el pueblo, Wanda y Speed observaban, discretamente. Wanda sonrió. El equilibrio había vuelto a su hijo.

En la cima de una colina cercana, una figura con una capucha oscura observaba desde lejos.

—Interesante... —murmuró una voz masculina, mientras un libro antiguo se cerraba entre sus dedos—. El amor como fuente de poder. Quizás... aún haya esperanza para lo que vendrá.

La figura se desvaneció en sombras.

En la fortaleza del Imperio Unido, Hulkling y Wiccan caminaban juntos por el gran salón. No había prisa. Solo calma. Los consejeros los esperaban, pero por primera vez en mucho tiempo, se permitían estar un minuto más juntos.

—¿Estás listo para liderar el imperio de nuevo? —preguntó Wiccan.

—Sí. Pero esta vez, contigo a mi lado —respondió Hulkling, entrelazando sus dedos.

Una nueva era comenzaba. No sólo para el imperio... sino para los dos.

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