🩵Lejos De Mí

:ocean: #MarDeNostalgia :ocean:

He tardado mucho tiempo en escribir sobre esta dinámica porque estaba dudando de si realmente hacerlo o no, ya que con Pokémon guardo muchos de los recuerdos y personas más preciados de mi vida.

Recuerdo con total claridad mi primer o con la franquicia: Pokémon Mundo Misterioso: Equipo de Rescate Azul. En un principio, lo detesté. Mis padres me lo compraron como un sustituto de Harvest Moon, un juego que realmente anhelaba, simplemente porque el de Pokémon era más económico, y en aquel entonces, la situación económica de mi familia no era la mejor. Lo empecé y reinicié incontables veces, hasta que me apareció un Pokémon que jamás había visto en la serie de televisión: un Skitty.

Desde aquel día, cada 2 de agosto cambio mi foto de perfil en Twitter en su honor. Sé que mis padres jamás leerán estas líneas, pero aún así, gracias, mamá y papá, por el esfuerzo que hicisteis. La niña de cinco años que fui sigue sintiéndose inmensamente feliz, aunque nunca os lo haya dicho.

Poco después, la vida puso en mi camino a un niño tímido, de ojos azulados y un halo de tristeza en la mirada. Para mí, la tristeza siempre ha sido de color turquesa. Por azares del destino, resultó ser mi vecino. En su cumpleaños, también en agosto, le regalaron Pokémon Platino. Fue en septiembre, hace más años de los que quisiera itir, cuando dos niños solitarios de seis años se encontraron en el recreo y, sin darse cuenta, comenzaron a pasar juntos esos treinta minutos de descanso, divagando sin cesar sobre esas criaturas que combatían en un mundo de fantasía. Me enternece recordar cómo discutían, queriendo ambos encarnar a Arceus en sus juegos imaginarios, pues era el Pokémon más poderoso.

Pasábamos las tardes en casa del otro, compartiendo sueños sobre el futuro. Yo siempre decía que quería ser madre de muchos hijos, mientras que él rechazaba con vehemencia la idea de tenerlos. Resulta irónico que terminara siendo profesor de primaria. Planeábamos comprar una casa en Madrid y escapar del pequeño pueblo en el que crecimos, donde nos sentíamos incomprendidos. Creíamos que en la gran ciudad nadie se burlaría de nosotros. No puedo contar las veces que estuve a punto de ser expulsada del colegio por defenderlo, pero puedo decir, con el corazón en la mano y sin titubear, que sigue siendo una de las personas más importantes de mi vida, aunque nuestros caminos hayan tomado direcciones distintas.

Cuando terminó Pokémon Platino, me lo prestó para que pudiera vivir la experiencia por mí misma. Años después, viajé a Madrid para visitar a mi primo, el único con quien siempre compartí todas mis aficiones. Fue en su cumpleaños—otra vez en agosto—cuando me enseñó ciertos “métodos especiales” para conseguir Pokémon. Hace apenas dos días volví a verlo, esta vez para acompañarlo en el duelo por el fallecimiento de su madre. Por fuera estaba roto, pero en su interior seguía brillando la esencia de siempre. Paseamos por la bulliciosa Gran Vía, conversando de todo y de nada, poniéndonos al día tras más de dos años sin vernos. Sus ojos azules resplandecían como diamantes bajo la escasa luz que se filtraba entre los densos nubarrones que cubrían la ciudad.

Años más tarde, en mayo de 2016, decidí aventurarme en esta comunidad bajo un nombre que pocos recordarán ya, sin imaginar cuánto cambiaría mi percepción de la vida. Conocí a muchas personas que, en algún momento, simplemente desaparecieron sin dejar rastro, sin un número de teléfono o una cuenta de Instagram a la que volver. Me gusta pensar que, en algún rincón de su memoria, ellos también me recuerdan.

Conservo el o con unos pocos, aunque esto no sea del agrado de otros tantos. Llegué incluso a conocerlos en persona y descubrí que valían realmente la pena.

Y entonces llegaste tú.

Te encontré en un chat de voz después de un verano ausente, y la conexión fue instantánea. Desde el primer momento en que escuché tu risa, supe que no serías como los demás. Que lo nuestro trascendía los mensajes sin sentido en una pantalla, que iba más allá de lo que pueden expresar las palabras, más allá de la extensión de un prado verde o la fuerza de las olas al romper en La Playa.

Contigo, El Silencio no era incómodo, sino bello. No había sombra ni incertidumbre, aunque pasáramos horas sin hablar. Paradójicamente, fue ese mismo silencio el que nos rompió cada vez que se extendió demasiado. Pero como un fénix, siempre resurgimos de las Cenizas. Siempre encontramos la forma de volver el uno al otro. Siempre esperando El Mensaje que nos levara de vuelta a nuestro sitio, a nuestro momento, a La Verdad.

Eres mi último recuerdo ligado a Pokémon, y, sorprendentemente, la persona con la que más nostalgia guardo en mi interior. Todo lo que escribo lleva una parte de ti.

Una de las lecciones más dolorosas que estoy aprendiendo es a construir una vida en la que ya no estás presente. A Renacer. Intento aferrarme a lo bello de lo que aún compartimos, a esos breves momentos en los que nuestros horarios nos permiten ponernos al día, compartiendo nuestras alegrías y desdichas con franqueza. Agradezco que seas mi amigo. Intento convencerme de que todo saldrá bien, aunque haya instantes en los que mi corazón flaquea.

Como El Tiempo y El Destino, ambos llevamos un pedazo del otro en nuestro interior. Nuestra relación no se puede describir con palabras, hay que sentirla para comprenderla. Deseo que todos los que lean esto encuentren a alguien así en su vida, que hallen a ese destino extraviado en el tiempo, que vivan felices junto a esa persona y jamás conozcan el dolor de sentir cómo un vínculo se tensa hasta el punto de temer que se rompa.

No sé si sería mejor o peor que se rompiera, pues ha habido momentos en los que he deseado hacerlo. Pero, como dice la leyenda japonesa, los hilos rojos pueden enredarse y estirarse, pero jamás se rompen. Y mientras el otro siga aquí, nosotros seremos eternos.

Gracias por haber llegado hasta el final. Ahora sabéis un poco más de mí, quizá más de lo que debería haber revelado. Pero aunque mi pecho se revista de coraza, por dentro sigue pudiendo romperse. Y, en el fondo, ya no me importa, porque eso nadie lo puede ver.