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Un Cuento para la Noche VI.

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Ikimshee 12/01/18
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6

La Niña y su Sombra.

    Había una vez una niña soñadora y feliz. Su familia nunca la dejó de lado y cuando estaba con sus amigos el tiempo se le iba volando. Pero ella, en lo más hondo de su pequeña alma, sentía que le faltaba algo. Por muy unida que estuviera a su círculo, siempre supo que no habría nadie que la comprendiera del todo, que siempre sería distinta.

     Un día, mientras jugaba con su hermano en la habitación, notó que las sombras se movían.

    — ¿Qué es eso? — Le preguntó extrañada al niño, que estaba en una conversación con su peluche de perro favorito.

    — ¿El qué?

    La pequeña señaló las sombras, que se escondieron con rapidez tras el escritorio.

     — ¿No las ves? Se han movido las sombras.

    — Sí, las veo. — respondió perplejo mientras que observaba la situación.

     La niña sonrió, y aspiró con fuerza de la emoción — ¿De verdad? ¿¡Y si es un monstruo!? ¿Y si es el Gran León que ha vuelto a por su hijo? — Agarró del suelo un peluche de leopardo y lo abrazó — ¡Qué bien, León! ¡Tu padre ha vuelto!

    Su hermano comenzó a reír a carcajadas.

     — ¡Eres una tonta! ¿Cómo se van a mover las sombras? ¡Deja de imaginar esas tonterías! — Salió de la habitación a carcajadas.

     — ¡Eres un embustero y un imbécil!

     La pequeña le lanzó un calcetín fallando. Tras un rato viendo el calcetín y escuchando cómo su hermano le contaba lo que había ocurrido a su madre, comenzó a sollozar y abrazó más fuerte a León. Se levantó y cerró la puerta desilusionada. Para que no la molestaran, puso el escritorio delante, de manera que era imposible abrirla. Se tumbó en la cama y comenzó a llorar.

    Sin darse cuenta, la tarde estaba llegando a su fin y la poca luz que había no rozaba el cuarto desordenado. La niña se despertó frotándose los ojos hinchados, y salió de entre las sábanas despeinada y con la nariz roja. Miró a los lados y al girar la cabeza a su izquierda enmudeció, puesto que había alguien a su lado. Y la observaba.

     Era un chico joven, delgado, de manos frías y elegantes y cabello de caracoles oscuro como la noche. Su rostro era tranquilo, con una boca fina y una mandíbula marcada. La nariz la tenía algo doblada, como si se la hubiera partido, y tenía unas pecas que apenas se le notaban. Aunque lo más hermoso eran sus ojos. Eran vivaces y dulces, con unos iris enormes de todos los tonos de azul que había y unas pupilas negras y brillantes. Si solo le echabas un vistazo no notabas absolútamente nada de esto, tan solo veías la negra sombra de alguien bello. Tenías que quedarte un rato viéndolo para que se muestre realmente.

    La niña iba a gritar cuando el chico, con cara de horror, le tapó la boca y chistó. Ella, intentando escapar, comenzó a forcejear y morderle la mano con miedo, provocando que el joven gritara.

     — ¡Déjame explicarme, niñata de dientes afilados! ¿Quieres...? ¡Au! Bueno ya vale, por favor. Te dejaré en paz tras decirte quién soy, pero para de morderme y arañar. — la niña no le echó cuenta, y lanzó una patada sobre la barriga — ¡Para, en serio, me haces daño! ¡Que pares!

    El chico comenzó a gruñir profúndamente y, de la nada, se convirtió en un lobo enorme y negro. Con fauces afiladas de la que salía una lengua roja. La niña, horrorizada, comenzó a chillar y se metió bajo la cama.

    — Oye niña, no voy a arrancarte un brazo ni a comerme a tu abuela. — Ladró el lobo con fastidio — Me obligaste a hacer esto.

     Echando hacia atrás las orejas y lamiéndose las patas con expresión de aburrimiento, escuchaba los chillidos que provenían de debajo suya.

     — Grita lo que quieras porque nadie te escuchará, bloqueé la habitación entera. Mi nombre es Banshee, y estoy aquí porque me necesitabas. Voy a estar contigo siempre, pero nadie lo notará. Tan solo tú.

    — ¡No quiero un monstruo conmigo! ¡Vete!

    — No puedo.

    — ¡Sí que puedes! ¡Eres un lobo gigante, puedes hacer lo que te de la gana! ¡Vete de aquí ya!

    — No soy un lobo gigante, ni un monstruo, ni un hombre lobo ni nada de lo que digas, ¿vale? Yo soy yo. Soy tu sombra.

     Comenzaron a oírse de nuevo gruñidos y quejidos y el lobo desapareció. Banshee se asomó por debajo de la cama con cara de preocupación.

     — Oye, pequeñaja, no estoy aquí para hacerte la vida imposible, ¿vale? Solo para hacer que la veas desde otro ángulo. ¿Podemos llevarnos bien, por favor? — Sonrió con disculpa y le ofreció una mano.

    — ...

     Banshee siguió sonriendo. Levantó las cejas esperando.

    — ... ¿Dejarás de convertirte en lobo?

    Los ojos del chico brillaron con fuerza y sonrió, mostrando unos colmillos blancos que apenas aguantaban la risa.

    — No. Pero te avisaré cuando lo haga. Soy alguien bueno y no es el único truco que puedo hacer.

    La niña por fin sonrió y agarró la mano de Banshee, que la arrastró por el suelo hasta sacarla de debajo de la cama. Salió llena de pelusas. Él se las quitó sacudiéndolas despreocupado y riendo.

    — Pareces una nube gris del polvo.

    — Me da igual.

    — Harías estornudar y estarías sucia.

    La niña le sacó la lengua y él le pellizcó la nariz de broma, haciendo el mismo gesto. Ella lo abrazó. Él hizo lo mismo con sorpresa y cariño.

    — Me llamo Miki.

    — Encantado, pequeñaja.

Un Cuento para la Noche VI.-[C]
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[CU]La Niña y su Sombra.
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