Me alegraba ver cadamañana a Juan, en su puesto habitual. Todos los dias sentía un pesar enorme aldespertarme, la cama me hundía a cada minuto que mi cuerpo rehusaba levantarse;el sonido de la alarma se desvanecía al fondo de mi cerebro cuando por fin,empleaba todas mis fuerzas para poner mis pies sobre el frio piso de la mañana,sin embargo, por alguna cruel broma del destino, siempre terminaba llegandoaquel supermercado.
Juan siempre se miraba tan sereno y apacible;de hecho, lo era. Agradezco cada día que por maravillosa suerte (y de mimalvado gerente) haya decidido ponerme a lado de tan curioso personaje.
Cada día me saludaba yelogiaba mi esfuerzo por llegar temprano, decía el que “los hombres se forjanal tomar las decisiones que no quieren tomar” pero no estaba tan de acuerdo conalgunas de sus opiniones y en diferentes ocasiones como hoy, mi cara no podíaevitar demostrarlo. Juan siempre atacaba mi indiferencia y malestar, son unasonrisa sincera. Cada parecía un ritual de mi mal genio siendo conquistado porsu naturaleza afable, pero había dias, donde lograba ver como esa sonrisa seapagaba, como esos huesos crujían en pequeños movimientos, como esos ojos sevolvían hacia un gesto de derrota. En esos momentos, la indiferencia seescondía y de mi brotaba un sentimiento genuino de compasión hacia Juan.
No había ocasión dondeJuan escondía su padecimiento, recordándome a los hombres de antaño que primeromorían por dentro y surgían cenizas por fuera. Intente explicarle que ahoraestaba permitido sentir, que no había nada de malo en demostrar debilidad, peroalgunos hombres son tan tercos como sus cicatrices, resaltan tanto a la vistaque resulta imposible evitar mirarlas.
Ya habían pasado dosmeses desde que había ingresado en aquel supermercado y era mas visible comoJuan se iba apagando, todo el personal lo atacaba con preguntas acerca de suestado de salud, pero él se limitaba a sonreír haciendo un gesto de indiferenciacon sus manos; pero sus movimientos cada vez se hacían mas lentos, tardaba masen volver del baño, se perdía en sus pensamientos con mas frecuencia.
Un día simplemente ya novolvió. Ni su característico banco estaba allí. Resultaba increíble que élfuera el único que podía sentarse durante su trabajo; los gerentes de cualquiersupermercado tenían la costumbre de dejar parados al personal a pesar de sussuplicas, argumentaban que según no había ley que los dejara hacer su trabajocómodo, y, además, como vivián en México, tenían que “chingarle”, pero con Juannuestro gerente Héctor, esa indiferencia obligada no funcionaba. Héctor nopodía dejar parado a alguien como Juan, incluso había dejado que intervinieraen diferentes peleas y regaños que tenía con los demás empleados, le habíadejado resolver algunos problemas donde había de por medio la empatía y lacompasión hacia los demás. La línea donde trabajaba Juan, quedo cerrada; lacajera que compartía espacio con Juan tuvo que tomarse unas vacaciones. Lalínea ha quedado asi desde entonces, Héctor se mantuvo alejado de nosotros, devez en cuando mandaba mensajes al whatsapp para confirmar que estuviéramos trabajando.
Y la vida asi continua, apesar de Juan ya no volverá los clientes siguen entrando, los niños s siguencorriendo por los pasillos, nosotros, los empleados, seguimos de pie,aguantando un día más. Espero y Juan este viéndome, orgulloso de seguirviniendo a este lugar, que fue parte de su memoria, un día más.

Comments (2)
Woooow, Jorge, volviste!!!!
Me enganchoooo, quiero más 🥺