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El último capullo..

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El Último Capullo

Tras su derrota, la Reina Chrysalis no huyó por orgullo… sino porque no sabía hacer otra cosa. Sus hijos la habían dejado. Habían cambiado. Se habían “corrompido con amor”, según ella decía en voz alta, aunque por dentro, una punzada de envidia le perforaba el pecho cada vez que recordaba sus nuevos colores, sus risas… su luz.

Durante meses vagó sola por el bosque seco, alimentándose de lo poco que podía absorber de criaturas desprevenidas. Pero el amor robado ya no le llenaba. Solo le dejaba un vacío más grande.

Fue entonces que Thorax, el nuevo líder del enjambre reformado, la encontró. No por azar. Él la había estado buscando.

—Chrysalis… todavía puedes unirte a nosotros.

—¡Jamás! ¡Ustedes traicionaron todo lo que fuimos!

Pero Thorax no se fue. Dejó una esfera de néctar-luz, algo que los reformados usaban como ofrenda de amistad, y se marchó en silencio.

Así comenzó el proceso.

I. La Resistencia

Durante las primeras visitas de Thorax, Chrysalis solo lo atacaba con palabras. Le recordaba su “traición”, lo débil que era, que solo se salvó porque ella lo subestimó.

Thorax, paciente, regresaba cada semana. A veces hablaba de lo bien que vivían los reformados. De cómo ya no sentían hambre. De cómo compartían sueños.

Chrysalis fingía desinterés. Pero cuando Thorax se iba, muchas noches se acercaba al lugar donde él había dejado sus esferas de néctar. Solo las miraba. Nunca las tocaba.

Hasta que una noche, una criatura salvaje atacó. Chrysalis luchó con ferocidad, pero estaba débil.

Thorax apareció de nuevo, esta vez para defenderla. Usó su escudo de energía, empujó al monstruo con la fuerza de sus nuevas alas doradas… y quedó herido en el proceso.

—¿Por qué… me salvaste?

—Porque tú nos diste la vida… aunque hayas cometido errores, sigues siendo parte de nosotros.

Esa fue la primera grieta en el muro.

II. La Curiosidad

Chrysalis, rota, empezó a hacer preguntas. Pequeñas, secas, casi imperceptibles.

—¿Y… cómo se alimentan ahora?

—¿Comparten amor? Eso no es natural…

—¿Todos se ven así? Tan... brillantes…

Thorax le ofrecía respuestas suaves. No presionaba. Le hablaba como si fuera una amiga extraviada, no una enemiga.

Entonces, un día, Ocellus, una pequeña cambiante reformada, fue con él.

Chrysalis se congeló. Su instinto le decía que debía gruñir, intimidar, protegerse.

Pero la niña se acercó sin miedo. Le ofreció una flor de miel y dijo:

—Hola… ¿quieres jugar con nosotros un día?

Chrysalis no supo qué decir. Solo tomó la flor y se quedó en silencio.

Esa noche, durmió por primera vez en años.

III. El Confrontamiento Interno

Chrysalis empezó a tener visiones. No sueños, sino recuerdos. Los días en que los cambiantes eran suyos. El día que sintió el poder del amor robado. El momento en que todo se perdió.

—¿Y si yo estaba equivocada…?

La pregunta la atormentó. Se alejó, pasó semanas en silencio. No regresó a ver a Thorax. No aceptó visitas. En su cueva, temblaba.

Hasta que, una noche, se miró en el reflejo de un estanque. Vio sus ojos viejos, cansados. No había odio en ellos. Solo soledad.

Y entonces gritó. Un rugido desgarrador que hizo eco por todo el bosque.

Y Thorax acudió.

—Estoy… cansada. No quiero tener hambre nunca más.

—Entonces déjanos ayudarte a sanar, Chrysalis.

Y ella, por fin, lloró.

IV. La Transformación

Chrysalis fue llevada al enjambre. Al principio los reformados la miraban con miedo. Pero Ocellus corrió a abrazarla, sin dudar. Uno a uno, los demás también se acercaron.

Con el tiempo, Chrysalis ayudaba en el jardín de néctar, aprendía canciones e incluso contaba historias antiguas a los pequeños. Ya no era Reina. No era esclava del orgullo. Solo era Chryssi, como Ocellus la llamaba.

Pero su cambio aún no era completo.

Un día, un antiguo monstruo del abismo apareció, buscando vengarse de Thorax. Sin pensarlo, Chrysalis se interpuso.

—¡No lo toques! ¡Él me salvó!

El golpe fue mortal.

Thorax, herido, la tomó entre sus patas.

—No, no otra vez…

—Estoy feliz… por primera vez, no tengo miedo.

Y en su último suspiro, un capullo brillante brotó de su cuerpo.

Epílogo

Del capullo nació una nueva criatura: suave, de colores esmeralda y dorado. Era Chrysalis renacida. Pequeña, alegre, con memoria de su pasado, pero sin el peso del rencor.

Ocellus fue la primera en abrazarla.

—¡Tía Chryssi volvió! —dijo con alegría.

Y así, el enjambre aprendió que incluso las sombras más oscuras pueden transformarse en luz… si se les da tiempo, paciencia y amor verdadero.

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