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Capitulo 161: capitán América y la nueva era en Venezuela

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Todos nosotros hemos visto a muchos países comenzar un nuevo ciclo o una nueva era ya sea porque su estilo de gobierno ha cambiado para mejorar sus relaciones diplomaticas, porque la antigua istración estuvo mucho tiempo en el cargo entre muchos motivos mas. Hoy veremos cómo Sam será testigo del cambio en la nación venezolana.

Capitulo 161: capitán América y la nueva era en Venezuela-[B] Todos nosotros hemos visto a muchos países comenzar un nuevo ci

El pentágono, Washington. Mañana

El viento frío de la capital golpeaba con fuerza las ventanas del Pentágono mientras Sam Wilson, el Capitán América, caminaba por los pasillos de la icónica estructura. El sonido de las botas sobre el mármol resonaba con fuerza, y los rostros serios de los funcionarios de seguridad y militares reflejaban el peso de la situación global. Había sido convocado a una reunión urgente en las oficinas de inteligencia del gobierno. Nadie había dado demasiados detalles, pero el tono en la llamada dejaba claro que algo importante había ocurrido.

Cuando Sam entró en la sala de reuniones, lo recibieron varias figuras de alto rango del gobierno. El general Hawkins, un veterano del ejército con décadas de experiencia en misiones encubiertas, estaba de pie junto a una pantalla llena de imágenes satelitales y titulares de noticias internacionales.

Hawkins: Gracias por venir, Wilson (dijo Hawkins, señalando una silla.) Tenemos una situación delicada.

Sam asintió y tomó asiento, sintiendo la tensión en el aire. La pantalla detrás de Hawkins proyectaba imágenes de Caracas en caos: edificios en ruinas, multitudes en las calles, disturbios y celebraciones a partes iguales.

Sam: ¿Qué está pasando? (preguntó Sam.)

Hawkins tomó un mando y cambió la pantalla, mostrando una fotografía del Palacio de Miraflores destruido por una explosión reciente.

Hawkins: Ayer por la noche, una explosión masiva destruyó el Palacio de Miraflores en Caracas. Nicolás Maduro, el dictador venezolano, y todo su círculo cercano han sido eliminados. En pocas palabras, el régimen chavista ha caído.

Sam se quedó en silencio por un momento, digiriendo la información. El régimen de Maduro había sido un tema de preocupación para muchos en la comunidad internacional, y su caída era algo que muchos creían improbable.

Sam: ¿Cómo sucedió? (preguntó Sam, todavía procesando la noticia.) ¿Un levantamiento? ¿Intervención extranjera?

Hawkins negó con la cabeza y cambió la imagen a un conjunto de informes de inteligencia.

Hawkins: No. No fue un levantamiento ni una intervención. Esto fue un ataque quirúrgico, llevado a cabo por alguien con un entrenamiento y precisión extrema. No sabemos quién está detrás, pero quien lo hizo sabía exactamente lo que hacía. Se infiltró en el palacio, colocó explosivos y destruyó el corazón del régimen. (El general hizo una pausa antes de continuar.( Tenemos razones para creer que no fue un grupo revolucionario local. Esto fue obra de una sola persona.

Sam frunció el ceño. La idea de que alguien, por cuenta propia, hubiera derrocado al régimen era impactante. Pero lo más inquietante era que no sabían quién lo había hecho.

Sam: ¿Y qué es lo que quieren que haga? (preguntó Sam, ya sabiendo que no lo habían llamado solo para informarle.)

Hawkins presionó otro botón, y apareció la imagen de un hombre encarcelado. Un rostro conocido en Venezuela, aunque para Sam era alguien nuevo.

Hawkins: Este hombre es Miguel Salazar, conocido por algunos como el "Capitán Venezuela". Ha sido un símbolo de resistencia contra el chavismo durante años, aunque el régimen lo capturó y lo encerró por motivos fabricados. Para muchos, es un héroe, pero ha pasado los últimos cinco años en una prisión venezolana bajo falsas acusaciones de terrorismo.

Sam: ¿Quieres que lo libere? (preguntó Sam, con una mezcla de sorpresa e intriga.)

Hawkins asintió con gravedad.

Hawkins: Así es. Creemos que Salazar puede tener la clave para comprender quién está detrás del ataque y qué rumbo tomará Venezuela a partir de ahora. Venezuela está al borde del caos, y necesitamos respuestas antes de que la situación se descontrole. Queremos que vayas a Venezuela, encuentres a Salazar, lo liberes y lo traigas de vuelta a un lugar seguro. Necesitamos saber lo que saben.

Sam se reclinó en su asiento, contemplando el peso de la misión. Salazar era un hombre que había resistido la tiranía, un héroe en las sombras. Pero Venezuela ahora era un polvorín, y cualquier movimiento en falso podría desencadenar más violencia o un vacío de poder.

Sam: Está bien (dijo finalmente) Lo haré. Pero, ¿qué saben sobre quién pudo haber estado detrás de esto? ¿Tienen alguna pista?

El general Hawkins intercambió miradas con algunos de los otros funcionarios en la sala antes de responder.

Hawkins: Hemos recibido informes... inquietantes. La descripción de cómo fue ejecutado el ataque coincide con las tácticas de un hombre que no trabaja para ningún gobierno ni responde ante ninguna autoridad. Alguien que no sigue las reglas, que no cree en la justicia formal.

Sam ya sabía a dónde iba Hawkins.

Sam: ¿Frank Castle? (preguntó, mencionando el nombre del hombre conocido como El Castigador.)

Hawkins asintió solemnemente.

Hawkins: Creemos que Castle podría estar involucrado. Sabemos que ha estado activo en América Latina, y sus métodos encajan con lo que ocurrió en Caracas. Si Frank Castle está detrás de esto, no podemos permitir que siga operando sin control. Necesitamos averiguar cuál es su objetivo y, si es necesario, detenerlo.

Sam sintió un nudo en el estómago. Frank Castle era alguien que operaba en un mundo de violencia desenfrenada, movido por una sed de justicia personal que lo colocaba más allá de las leyes. Si estaba involucrado, la situación en Venezuela podría ser aún más complicada de lo que parecía.

Sam: Entendido (dijo Sam, poniéndose de pie) Iré a Venezuela, liberaré a Salazar y descubriré lo que está pasando.

Hawkins asintió con una expresión seria.

Hawkins: Buena suerte, Capitán América. El futuro de Venezuela podría depender de lo que descubras.

Sam salió de la sala de reuniones, su mente estaba llena de preguntas sin respuesta. Mientras caminaba hacia la salida del Pentágono, ajustando su traje y preparándose mentalmente para la misión, no podía dejar de pensar en la complejidad de la situación. La caída del chavismo no solo representaba una victoria para el pueblo venezolano, sino también una peligrosa incertidumbre sobre quién tomaría el control. Y si Frank Castle estaba involucrado, la línea entre justicia y venganza sería más borrosa que nunca.

Horas después de la reunión en el Pentágono, Sam Wilson, ahora completamente equipado con su traje de Capitán América, volaba sobre las nubes rumbo a Venezuela. A su lado, Joaquín Torres, el nuevo Falcon, maniobraba con agilidad en el aire. Ambos estaban en una misión crucial: encontrar y liberar a Miguel Salazar, el "Capitán Venezuela", de una prisión controlada por lo que quedaba del régimen chavista.

La tensión en el aire era palpable. Con la caída de Nicolás Maduro y su gobierno, Venezuela se encontraba en un estado de caos, donde facciones militares y grupos de poder luchaban por llenar el vacío dejado por el derrocamiento del chavismo.

Sam:¿Estás listo para esto? (preguntó Sam mientras ajustaba su escudo y echaba un vistazo al horizonte.)

Joaquín: Lo estuve desde que me uní a ti, Sam —respondió Torres, mostrando confianza, aunque ambos sabían que la misión sería complicada.

A medida que se acercaban a su destino, vieron la cárcel en cuestión: un complejo enorme y deteriorado a las afueras de Caracas. Desde el cielo, algo era evidente de inmediato: el lugar estaba en ruinas. Las murallas exteriores estaban destrozadas, y columnas de humo se elevaban hacia el cielo.

Joaquín: Parece que alguien nos ganó, ,(dijo Joaquín mientras descendían.) ¿Rebelión?

Sam frunció el ceño mientras bajaban a tierra firme en el patio central de la prisión. El lugar estaba en completo caos. Celdas abiertas, guardias yacían inconscientes o heridos por todo el lugar, y los presos corrían libres, peleando entre ellos. Los gritos y sonidos de peleas resonaban por todas partes.

Sam: Sea lo que sea, aún tenemos una misión (dijo Sam, ajustando su escudo.) Vamos a buscar a Salazar.

Ambos avanzaron por el caos, esquivando a los prisioneros y moviéndose con cautela entre los escombros. Mientras exploraban el interior de la prisión, los sonidos de una pelea feroz se hicieron cada vez más fuertes.

De repente, en un corredor destruido por explosiones, Sam y Joaquín se encontraron con una escena inesperada. Miguel Salazar, un hombre alto y musculoso, con un semblante endurecido y la bandera venezolana rota colgando de su cuerpo, estaba luchando contra un grupo de presos que intentaban someterlo.

Miguel peleaba con la ferocidad de un guerrero, usando sus puños y su entrenamiento militar para desarmar a los prisioneros. Aunque estaba visiblemente cansado, su determinación era inquebrantable.

Joaquín: ¡Es él! (gritó Joaquín, reconociendo al hombre al instante.)

Sin perder un segundo, Sam lanzó su escudo hacia uno de los prisioneros que intentaba atacar a Salazar por la espalda, golpeándolo con fuerza y liberando a Miguel de su asaltante.

Sam: ¡Torres, por la derecha! (ordenó Sam mientras corría hacia Salazar.)

Joaquín, con la agilidad de Falcon, desplegó sus alas y golpeó a varios prisioneros desde el aire, manteniéndolos a raya. Mientras tanto, Sam se unió a la lucha cuerpo a cuerpo junto a Miguel.

Sam: ¡Salazar! —gritó Sam mientras desarmaba a otro prisionero—. ¡Estamos aquí para ayudarte!

Miguel, sorprendido por la ayuda inesperada, le lanzó una mirada fugaz a Sam mientras seguía combatiendo.

Miguel: ¿Quién demonios son ustedes? (gritó mientras arrojaba a un prisionero contra una pared.)

Sam: Capitán América (respondió Sam mientras bloqueaba un ataque.) Y él es Falcon. Estamos aquí para sacarte de aquí.

Miguel frunció el ceño, claramente desconfiado, pero no tuvo tiempo para cuestionar la ayuda, ya que otro grupo de prisioneros avanzaba hacia ellos. Sam, Joaquín y Miguel combatieron juntos, golpe tras golpe, hasta que los prisioneros finalmente retrocedieron.

Cuando la última amenaza fue neutralizada, Miguel se dejó caer en una rodilla, respirando con dificultad, pero todavía en guardia.

Miguel: ¿Qué está pasando? (preguntó Miguel, su tono aún estába lleno de desconfianza.) ¿Por qué están aquí?

Sam se acercó, ofreciendo su mano para ayudarlo a ponerse de pie.

Sam: Estamos aquí para liberarte (dijo Sam con calma.) Sabemos quién eres, Miguel. Sabemos lo que has hecho por tu país. Y ahora, con el chavismo cayendo, te necesitamos para entender lo que viene después.

Miguel aceptó la mano de Sam, poniéndose de pie lentamente, pero su rostro seguía reflejando años de lucha y desconfianza.

Miguel: ¿Y por qué debería confiar en ti? (preguntó, su voz ronca por el cansancio.) No soy amigo de los americanos, y menos después de lo que han hecho aquí.

Joaquín: No estamos aquí por política (dijo Joaquín, aterrizando a su lado.) Estamos aquí porque el futuro de Venezuela está en juego. Queremos ayudar a que se reconstruya. Y creemos que tú eres clave para ello.

Miguel los observó en silencio por unos momentos, su mente claramente trabajando a toda velocidad. Finalmente, asintió.

Miguel: Si me ayudan a salir de aquí, hablaré. Pero lo que viene no será fácil. Mi país está en ruinas, y hay demasiados que buscarán aprovecharse de eso. El fin del chavismo no es el fin del caos.

Sam asintió, sabiendo que tenía razón. La caída del régimen era solo el principio de una nueva etapa, llena de incertidumbre y peligro.

Sam: Entonces empecemos por sacarte de aquí (dijo Sam) Luego averiguaremos quién está detrás de esto y qué rumbo tomará Venezuela.

Joaquín escaneó la zona, asegurándose de que no hubiera más amenazas inmediatas.

Joaquín: Tenemos que movernos rápido (advirtió.) No sabemos quién más podría estar viniendo.

Los tres héroes comenzaron a avanzar hacia la salida de la prisión en ruinas, sabiendo que lo que les esperaba fuera era un país en caos, pero con la esperanza de que juntos pudieran hacer una diferencia.

Horas después de la intensa lucha en la prisión, Sam Wilson, Joaquín Torres y Miguel Salazar encontraron refugio en la embajada de Estados Unidos en Caracas. Bajo la protección de agentes del gobierno, lograron llegar a un lugar seguro en medio del caos que dominaba las calles de Venezuela.

Las tensiones seguían siendo palpables. Aunque el régimen de Maduro había caído, las sombras de los años de opresión, corrupción y miseria seguían presentes. Las calles estaban llenas de ciudadanos celebrando la caída del chavismo, mientras otros se preparaban para el vacío de poder que inevitablemente traería consigo el caos y la incertidumbre.

En una sala privada de la embajada, Sam, Joaquín y Miguel se sentaron en una mesa sencilla. Afuera, el bullicio de Caracas se escuchaba débilmente, pero en esa habitación, el peso de la historia reciente cargaba el aire.

Miguel, todavía con la mirada dura y el semblante de alguien que ha soportado años de lucha, bebió un vaso de agua antes de empezar a hablar.

Miguel: El chavismo... —dijo con una voz áspera—. No tienen idea de las atrocidades que hemos soportado.

Sam lo miró con atención, listo para escuchar lo que tenía que decir. Aunque sabía algo sobre lo que había pasado en Venezuela, nada se comparaba con escuchar la verdad de alguien que lo había vivido en carne propia.

Sam: ¿Qué quieres decir exactamente? (preguntó Sam, inclinándose hacia adelante.)

Miguel dejó el vaso sobre la mesa, su mirada perdida por un momento, como si estuviera reviviendo los años de horror.

Miguel: El chavismo no fue solo un régimen corrupto... fue un sistema diseñado para aplastar cualquier tipo de disidencia. Desde que Chávez tomó el poder, lo que hicieron fue destruir la democracia desde dentro. Crearon un país donde no existía la libertad de expresión, donde la gente desaparecía por hablar en contra del régimen. Los cuerpos de seguridad... usaban la violencia como instrumento de control. Si te oponías, te convertías en enemigo del Estado. Y no había ningún límite en lo que podían hacerte.

Joaquín, que hasta ese momento había estado en silencio, intervino con una mezcla de indignación y tristeza.

Joaquín: Sabíamos que la situación era grave, pero no hasta ese nivel. La información siempre llegaba fragmentada a los medios internacionales.

Miguel asintió con amargura.

Miguel: Eso fue parte de su plan. Controlaron todo: medios, instituciones, el ejército. Incluso la comida y la medicina se convirtieron en armas del régimen. Si te oponías, te morías de hambre o te dejaban sin tratamiento médico. Miles de venezolanos huyeron, pero millones más quedaron atrapados. Todo el país cayó en la pobreza, la corrupción y el crimen.

Sam, con el rostro serio, entendía la magnitud de lo que había pasado, pero había algo más que necesitaba saber.

Sam: La caída de Maduro no fue accidental, y sabemos que alguien operó detrás de las sombras para llevarlo a cabo. ¿Tienes alguna idea de quién podría haber hecho esto? (preguntó Sam.)

Miguel suspiró profundamente y miró a Sam con intensidad.

Miguel: No sé exactamente quién fue, pero los rumores se han extendido como la pólvora. Algunos dicen que fue obra de una fuerza externa, tal vez incluso de alguien como Frank Castle, el Castigador. Si fue él, entonces estamos hablando de alguien dispuesto a hacer lo que sea necesario, sin importarle las consecuencias. Aunque derribaron el régimen, eso no significa que el país esté listo para la democracia.

Sam asintió lentamente. Frank Castle era un fantasma que podía aparecer en cualquier parte, buscando venganza en su propia versión de justicia. Y si había sido él quien había llevado a cabo el ataque, la situación en Venezuela se había vuelto aún más complicada.

Sam: ¿Crees que Venezuela está lista para reconstruirse? (preguntó Sam, cambiando de tema.) ¿Después de tanto sufrimiento, cómo se levanta un país de las cenizas de algo tan destructivo?

Miguel apretó los puños sobre la mesa, su mirada endureciéndose.

Miguel: Si, pero no será fácil. El chavismo destruyó los cimientos de nuestra sociedad. El sistema judicial está podrido, la economía en ruinas, y el pueblo ha perdido la fe en las instituciones. No podemos simplemente reemplazar un dictador por otro y esperar que las cosas mejoren. Necesitamos un proceso largo, un renacimiento de la democracia desde las bases.

Joaquín asintió, comprendiendo la magnitud del desafío.

Joaquín: Pero, ¿cómo comenzamos? —preguntó—. ¿Por dónde empieza la recuperación?

Miguel miró a ambos con determinación.

Miguel: Primero, el pueblo necesita sentir que puede confiar en algo. Necesitamos elecciones libres, pero antes de eso, necesitamos desmantelar las estructuras corruptas que siguen en pie. Las facciones militares que apoyaban al régimen todavía están activas, y muchos se aprovecharán del vacío de poder. Lo más importante es que la gente recupere la fe en su país. La transición será dolorosa, pero valdrá la pena si logramos restaurar una verdadera democracia.

Sam lo observaba con respeto. Sabía lo que significaba luchar por algo más grande que uno mismo. Miguel Salazar, a pesar de todo lo que había pasado, aún creía en el poder de la democracia y el pueblo.

Sam: El camino será largo —dijo Sam—, pero no estarás solo. Nosotros también creemos en lo que es justo y en ayudar a que los países se reconstruyan por sus propios medios. No estamos aquí para interferir, sino para asegurarnos de que puedas hacer lo que es necesario para Venezuela.

Miguel inclinó la cabeza, mostrando un destello de gratitud.

Miguel: Lo sé, Capitán. Y aunque desconfío de muchas cosas que vienen del extranjero, no puedo negar que necesitamos todo el apoyo posible. Pero no esperen que sea fácil. Habrá resistencia. Mucha gente aún está dispuesta a aferrarse al poder, y otros querrán imponer su propia versión de control. Pero si logramos unir a la gente, si les damos una razón para luchar por su país, entonces hay esperanza.

Sam se levantó de su asiento, extendiendo su mano hacia Miguel.

Sam: Estamos aquí para ayudarte en ese proceso. Lo que viene no será fácil, pero juntos podemos ayudar a que Venezuela tenga un futuro mejor.

Miguel estrechó su mano con firmeza, sabiendo que lo que estaba por venir sería uno de los desafíos más grandes de su vida. El chavismo había sido derrotado, pero la verdadera batalla estaba por comenzar: reconstruir un país roto y devolverle su dignidad.

Una semana después de los eventos en la prisión, Caracas seguía sumida en un ambiente de euforia y nerviosismo. Las calles aún resonaban con las celebraciones tras la caída de Maduro, pero la incertidumbre sobre el futuro de Venezuela seguía siendo evidente. La ausencia del chavismo dejaba un vacío de poder que todos sabían que no se llenaría de la noche a la mañana.

En el centro de la ciudad, en la plaza principal, se levantaba una gran plataforma. Frente a ella, miles de ciudadanos venezolanos se reunían, ansiosos y expectantes. Las banderas de Venezuela ondeaban con fuerza bajo el viento, y los murmullos de la multitud crecían en intensidad mientras esperaban el momento. La nación, cansada y rota tras años de opresión, ansiaba respuestas, esperanza, y sobre todo, liderazgo.

Miguel Salazar, vestido de manera sobria pero con la presencia imponente que lo caracterizaba, se preparaba para lo que sería uno de los momentos más importantes de su vida. A su lado, Sam Wilson y Joaquín Torres, como un respaldo silencioso pero poderoso, observaban desde las sombras, listos para intervenir si algo salía mal. La embajada de Estados Unidos y otras delegaciones internacionales estaban allí, presenciando un evento histórico para el país.

Miguel, conocido ahora entre el pueblo como Capitán Venezuela, se acercó al podio, su figura firme bajo los reflectores. A pesar de las cicatrices y el cansancio visible en su rostro, sus ojos brillaban con determinación. Sabía que este discurso no solo era para el pueblo de Venezuela, sino para el mundo entero.

El silencio se apoderó de la plaza mientras Miguel ajustaba el micrófono, tomando una pausa antes de hablar. El peso de su voz sería crucial en ese momento. Finalmente, habló con claridad y fuerza.

Miguel: —Ciudadanos de Venezuela, hoy estamos aquí porque hemos sobrevivido a lo peor —empezó, su voz resonando sobre la multitud—. Durante años, nuestro país ha sido sometido a la tiranía, a la corrupción y al abuso. Hemos visto cómo nuestros derechos, nuestras libertades y nuestra dignidad fueron arrebatados por un régimen que nos hizo prisioneros en nuestra propia tierra.

La multitud guardaba silencio, escuchando cada palabra con una mezcla de dolor y esperanza.

—Pero hoy, estamos aquí de pie (continuó Miguel.) No porque todo haya terminado, sino porque este es solo el comienzo. Hemos derrotado a un tirano, pero el verdadero desafío que enfrentamos ahora es reconstruir nuestro país, juntos, como un solo pueblo.

Los aplausos comenzaron a sonar, pero Miguel levantó una mano, pidiendo silencio.

—Venezuela ha sido dividida durante demasiado tiempo (dijo, con firmeza.) Familias separadas, vecinos enfrentados, hermanos que han dejado de hablarse por diferencias políticas. Pero ahora es el momento de sanar esas heridas. Ahora es el momento de unirnos, no como partidarios de una ideología u otra, sino como venezolanos. Un pueblo que merece la libertad, la justicia y el respeto mutuo.

Las palabras de Miguel penetraban en el corazón de cada persona en la multitud. Las caras reflejaban una mezcla de emoción y alivio, como si por primera vez en años, alguien hablara por ellos.

—No será fácil (advirtió, su voz cargada de honestidad.) Reconstruir nuestra nación no sucederá de la noche a la mañana. Hay heridas profundas que curar, y un sistema corrupto que desmantelar. Pero lo que sí puedo prometerles es que no estarán solos en este proceso. Yo estaré aquí, con ustedes, para asegurarme de que nadie más abuse de su poder en este país. Para que jamás volvamos a sufrir lo que hemos sufrido.

Los vítores y los aplausos rompieron nuevamente el aire, pero esta vez con una fuerza renovada. Miguel, sintiendo el apoyo de su pueblo, prosiguió con el anuncio que todos esperaban.

—Y es por eso que hoy, anuncio que Venezuela tendrá sus primeras elecciones libres en décadas. Por primera vez en mucho tiempo, ustedes, el pueblo, tendrán la oportunidad de elegir a sus líderes de manera justa y democrática. No habrá más imposiciones, no habrá más miedo. Estas elecciones marcarán el inicio de una nueva era para Venezuela. Una era donde los ciudadanos tienen el poder, no los corruptos.

Los aplausos estallaron con tal fuerza que era imposible contener la emoción en el ambiente. La esperanza que había estado dormida en los corazones de los venezolanos por tanto tiempo ahora parecía renacer con cada palabra de Miguel.

—Lo que les pido hoy, (añadió Miguel, levantando la voz por encima de los vítores) es que confíen. Confíen en ustedes mismos, en su capacidad de tomar decisiones por el bien del país. Confíen en que Venezuela puede volver a ser un país libre, donde la justicia y el bienestar de todos prevalezcan. Y, sobre todo, confíen en que podemos dejar atrás el odio, la división, y construir algo nuevo, algo mejor.

El silencio que siguió a sus últimas palabras fue denso y poderoso. La gente en la plaza sabía que ese era un momento crucial, una encrucijada para su nación. Finalmente, una voz entre la multitud gritó "¡Viva Venezuela libre!", y pronto todos se unieron al coro.

Miguel, con una leve sonrisa, levantó una mano en señal de agradecimiento. Sabía que este era solo el principio. La caída del chavismo había sido solo el primer paso; ahora venía la tarea monumental de reconstruir un país roto. Pero en ese momento, mientras miraba a su gente, supo que lo lograrían.

Mientras los gritos y celebraciones continuaban, Sam Wilson y Joaquín Torres observaron desde el fondo, satisfechos con lo que habían ayudado a iniciar.

Joaquín: Parece que Venezuela tiene una oportunidad real de cambiar (dijo Joaquín, con una sonrisa de aprobación.)

Sam asintió, observando cómo Miguel se alejaba del podio, abrazado por la energía de su pueblo.

Sam: Este es solo el principio, pero es un buen comienzo (respondió Sam) Ahora depende de ellos. Pero lo importante es que, por primera vez en mucho tiempo, Venezuela está en manos de su gente.

Ambos héroes se quedaron un momento más, viendo cómo el pueblo venezolano empezaba a celebrar, sabiendo que aún había un largo camino por recorrer, pero que al menos la esperanza había vuelto a nacer en las tierras de Venezuela.

Días después del discurso, la ciudad de Caracas comenzaba a estabilizarse, aunque aún quedaba mucho por hacer. Las banderas ondeaban con más orgullo y la gente caminaba por las calles con una mezcla de esperanza y nerviosismo. El futuro de Venezuela estaba lejos de ser claro, pero por primera vez en mucho tiempo, el pueblo sentía que tenía control sobre su destino.

En un aeropuerto militar, en las afueras de la ciudad, Sam Wilson y Joaquín Torres se preparaban para regresar a los Estados Unidos. Su misión en Venezuela estaba casi completa. Habían ayudado a asegurar la caída de un régimen opresor y ahora el destino de la nación quedaba en manos de su pueblo.

Antes de partir, Miguel Salazar llegó para despedirse de ellos. Vestía su uniforme de combate, pero ahora con un aire de responsabilidad que lo hacía ver más imponente. Aunque ya no llevaba la misma armadura de batalla que antes, el respeto y iración de su pueblo lo convertía en un símbolo de esperanza.

Sam y Joaquín lo esperaban junto a su avión, ambos con una mezcla de respeto y amistad en sus rostros. Sabían que estaban dejando Venezuela en buenas manos.

—Bueno, creo que es hora de despedirnos —dijo Miguel, extendiendo la mano hacia Sam.

Sam la estrechó con firmeza, mirándolo a los ojos con un gesto serio, pero lleno de iración.

Sam: Miguel, has sido más que un guerrero. Has sido un líder en el momento en que tu país más lo necesitaba. Lo que has hecho no ha sido fácil, y lo que vendrá tampoco lo será, pero sé que estás más que preparado para lo que venga.

Miguel asintió, agradecido por las palabras de Sam.

Miguel: Gracias, Sam. Sin ustedes dos, no sé si habríamos llegado tan lejos. Han sido más que aliados; han sido amigos de Venezuela. Pero ahora este es nuestro camino. Mi país, mi gente… ahora tenemos que recorrerlo por nuestra cuenta.

Joaquín, que hasta entonces había estado en silencio, se adelantó y le dio una palmada amistosa en el hombro a Miguel.

Joaquín: Sabemos que lo harás bien. Lo que viene no será fácil, pero como dijiste en tu discurso: es un proceso largo, pero vale la pena. Y nosotros, si alguna vez necesitas ayuda, solo tienes que llamarnos.

Miguel esbozó una pequeña sonrisa, una de las pocas que había mostrado desde que comenzó esta batalla.

Miguel: Lo sé. Y créanme, sabremos dónde encontrarlos si alguna vez volvemos a necesitar héroes como ustedes.

Sam miró una vez más el paisaje de Venezuela detrás de Miguel. Sabía que el país tenía un largo camino por delante, pero algo le decía que el pueblo, liderado por personas como Miguel, encontraría su propio destino.

Sam: Buena suerte, Miguel. Que la fuerza esté contigo en esta nueva etapa (dijo Sam, colocando su mano sobre el hombro de Miguel.)

Miguel asintió una última vez antes de despedirse definitivamente. Se quedó parado, observando cómo Sam y Joaquín subían al avión, sus siluetas recortadas contra el sol que empezaba a ponerse. Cuando las turbinas del avión rugieron y la aeronave comenzó a elevarse, Miguel levantó la mano en señal de despedida, aunque sabía que este adiós no era para siempre.

El avión despegó, dejando atrás Venezuela, un país que comenzaba a renacer. Miguel miró hacia el cielo, sabiendo que ahora tenía que continuar el trabajo que quedaba por hacer. Las elecciones libres, la reconstrucción del sistema, la sanación de un pueblo dividido… todo estaba por delante.

Con una última mirada al horizonte, Miguel Salazar, el Capitán Venezuela, volvió a su ciudad, dispuesto a seguir luchando, no con armas, sino con esperanza, justicia y la confianza de que un nuevo futuro era posible.

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