Tlacuache Muerto — Práctica de narración

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Su cuerpo tendido y sin vida sobre el asfalto caliente de una carretera por la que ya no camino, sobre él un festín bestial, cuál banquete celestial o apocalipsis, lleno de moscas hambrientas, devorando minúsculas moléculas de su fétida carne. Como hoja de papel, sus adentros y tripas por fuera, un evento de alta frecuencia histórica, narrado por el inquilino de la casa de las cortinas siempre cerradas. Como una impresión escolar a color, arrugado en medio del camino de la maquinaria que te ahorra la caminata, de las máquinas que sueltan humo por atrás y los que llegan a su destino a pedal. Un tlacuache muerto, atropellado por un hombre apurado, quizá algo borracho; yacía su cadáver inmóvil bajo el bochornoso sol, en una tarde de domingo, sin nadie animándose a arreglarle el funeral, ni una flor en frente de él, sin tumba en donde protegerse o multitudes vestidas en telas negras baratas y lágrimas falsas. Sus entrañas esparcidas por el suelo, como aquel que es devorado por lobos, con la sangre seca y casi evaporadora cerca de su cabeza, aplastado, apachurrado. Pequeño animal, pequeña vida, pequeño final; todo a su medida, de su talla, lo único que no fue pequeño era el vehículo que lo atropelló. Qué trágica escena, qué triste final; parecía el cuadro último del teatro de la vida, tambaleando a un pobre animal sobre un hilo que lo alejaba de la supervivencia, su cadáver tan solitario, tan ameno, tan putrefacto, tan asqueroso; ni con un palo alguien lo tocaría. Había vivido tan ignorante de los problemas humanos, como único salvador, el único que vivió con tanta libertad que jamás pagó una sola moneda al gobierno, de naturaleza tan anárquica sin saber que era el único que no dormía en cárceles y libre de esclavitudes con remuneración económica. La política se desmoronaba, la economía se suicidaba, la violencia aumentaba, las balas se agotaban mientras los objetivos se multiplicaban, el mundo fallando y colapsando desde adentro, la esperanza reducida a poemas y tristes lloros de los filósofos, sin saber que en medio del universo, había un tlacuache muerto en la carretera.

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