Hola vengo a traerle esta historia que estoy desarrollando en wattpad, agradezco sus comentarios
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Nombres que ya no importan
Diario de una chica común (al menos, eso pensaba)
Entrada 1 — 17 de mayo de 2025
Me llamo Salma Rivera, aunque eso ya no tiene demasiada importancia. En este mundo nuevo, los nombres no significan tanto como antes.
Siempre pensé que era una chica común, de esas que ves en el parque tomando café o peleando con su mamá por mensajes de voz. Supongo que lo era… hasta que dejó de haber parques. O cafés. O mamás con las que pelearse.
Quizás fue cuestión de destino, o mi impresionante habilidad para meterme en problemas, pero empecé a pensar que tal vez no soy tan de este mundo como creía. Mi psiquiatra solía decir que todo era culpa del TLP y la hiperactividad. Yo digo que tenía razón, pero no tenía ni idea de lo que venía.
Antes de que el mundo se fuera a la mierda (literalmente), mi vida era más o menos normal. Familia con sus cosas, dramas con mamá, un papá que era mi refugio, un hermano mayor que se esforzaba por ser insoportable, y dos tías que me cuidaban como podían. Lo típico.
La familia era grande. Luego, el tiempo se encargó de reducirla. Algunos murieron por causas naturales, otros por causas que ya no parecen tan naturales. A día de hoy, extraño incluso las discusiones. Aunque también agradezco que algunas personas no estén viendo este desastre.
Mi madre… bueno, estaba. En cuerpo. A veces hasta parecía apoyar mis decisiones, pero con un desinterés tan evidente que dolía más que una bofetada. En fin. No quiero escribir mucho sobre ella hoy.
Mi talento para atraer el caos ya era legendario antes del colapso. Caminaba, problemas. Hablaba, problemas. Respiraba… sí, también problemas. Por eso no me sorprendió tanto cuando, en medio del apocalipsis, terminé sola escribiendo esto, con el 70% de la humanidad muerta o semimuerta. (Sí, zombis. Ya llegaremos a eso.)
Conocí a mi novio en una app de citas en 2020. Un día cualquiera, justo antes de que el mundo se tambaleara por primera vez. Al principio fue divertido. Una semana después, ya hablábamos de hijos y de tener un gato. Al final, no tuvimos ni una planta. Pero sí cinco años de llamadas, películas compartidas a distancia y promesas rotas por el tiempo y la distancia.
Le conté mi mayor miedo: los zombis. Lo mío era real. Se llama kinemortofobia, aunque suena a chiste ahora que todos tenemos que convivir con ellos. Le pedí que si algo así pasaba y estábamos juntos, no dudara en dispararme antes de dejarme convertirme en una de esas cosas.
Y sin embargo, pasó. Y él no está aquí.
Pero no está muerto. Lo sé. Él también me está buscando. Y eso me mantiene cuerda. O algo parecido.
No quiero extenderme más hoy. Mañana escribiré sobre mi familia, mis amigas, y cómo todo esto comenzó. Por ahora, solo quiero dormir sin escuchar gemidos al otro lado de la puerta.

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