13 días antes
Estaba de pie en la cocina de Mama Rosa’s, prestando atención junto a Archer,
esperando a que Victoria me mandase algo. La mujer estaba mirando por encima
de la montura de sus gafas hacia abajo, comprobando la lista de la compra que
había anotado en un pedazo de papel amarillo de más de un kilómetro de largo, y
estaba haciendo algunas correcciones con un lápiz. La cara tan seria que ponía
no me sorprendía, era típica de ella, pero aun sabiéndolo no dejaba de hacer que
estuviera nerviosa.
Nunca había trabajado a las órdenes de Victoria. Las últimas veces que había
venido para cumplir con mi turno, me daba el día libre para que saliera con
Rosie por ahí.
—Abuela, llevamos diez minutos de pie, esperando —dijo Archer—. ¿Crees
que podremos marcharnos antes de final de año?
Victoria lo miró con intensidad.
—Cuidado con esa boca, muchacho. Te irás cuando yo lo diga.
Archer echó la cabeza hacia atrás y dejó escapar un fuerte suspiro al tiempo
que volvía los ojos. Me mordí el labio para ocultar una sonrisa. Siempre me
había parecido que las chicas éramos más teatrales, pero Archer estaba haciendo
que cambiase de opinión totalmente.
—Y no vuelvas los ojos cuando te estoy hablando.
Aquella mujer lo veía todo, eso estaba claro. Pasaron unos minutos más antes
de que Victoria doblase la lista de la compra y se la diera a su nieto, junto con un
sobre que supuse contenía el dinero.
—Quiero que vayáis a D’Agostino’s y que compréis todo lo que hay en esta
lista —dijo—. Ni una cosa más ni una menos, y desde luego no quiero nada que
sustituya a otra cosa que no tengan. ¿He sido clara?
Archer la saludó al estilo militar.
—Señora, sí señora.
Victoria se movió con sorprendente rapidez para alguien de su edad para
tomar una cuchara de madera del mostrador y darle con ella a Archer en los
nudillos.
—No te burles de tu abuela, chico.
Tuve que llevarme una mano a la boca y darme la vuelta para evitar echarme
a reír a carcajadas.
—Ahora, fuera de aquí —dijo la anciana, sacudiendo la cuchara en nuestra
dirección—. Espero que estéis de vuelta en tres horas.
—Naturalmente, señora Incitti —dije antes de agarrar a Archer por el brazo y
tirar de él para sacarlo de la cocina.
Archer tomó unas cuantas bolsas de tela para hacer la compra que colgaban
de los ganchos que había junto a la puerta de atrás y luego salimos por el
callejón hasta la acera que discurría frente a la cafetería.
—¿Siempre son así los preparativos para Acción de Gracias en tu familia? —
pregunté.
—¿Te refieres a lo de mi abuela dando órdenes a todo el mundo? —dijo
Archer—. Eso es el pan de cada día. Mi abuela es la matriarca de la familia.
Tiene setenta y nueve años, pero me atrevería a jurar que durante los últimos
años se ha mantenido a base de café y mucho genio.
Mientras íbamos camino de D’Agostino’s, Archer me habló de varios de los
platos que prepararían para la cena de Acción de Gracias. Para cuando llegó a
los postres que su madre y sus tías preparaban, ya tenía la boca llena de saliva al
pensar en ponerle las manos encima a algún cannolo o a un poco de tiramisú.
Cuanto más hablaba, peor me sentía. A mí no me esperaba nada de eso, solo
estar sola en casa.
Casi tardamos media hora en llegar a D’Agostino’s.
2 Era un supermercado de
alimentación bastante grande, pero tenía ese aire hogareño de los negocios que
permanecen en una misma familia por mucho tiempo: un sitio que se parecía a
Mama Rosa’s.
Archer dobló el pedazo de papel amarillo que Victoria le había dado y lo
rasgó por la mitad, partiendo la lista, para luego dármela.
—Aquí tienes. Haremos eso de «divide y vencerás». Toma un carrito por tu
cuenta y ya nos veremos en las cajas registradoras dentro de media hora.
Hice lo que pude para imitar su saludo militar, con una sonrisa.
—Señor, sí señor.
Todavía estaba sonriendo cuando tomé el carrito del supermercado y me
encaminé a la sección de los lácteos. Los primeros artículos de la lista eran más
o menos nueve tipos diferentes de queso.
No tenía ni idea de para qué podría necesitar Victoria tanto queso, pero lo
había dejado todo bastante claro. No quería que se enfadara si no llevaba cada
una de las cosas que había pedido.
La tarea de pasear junto a las estanterías, metiendo en el carrito cosas de aquí
y de allá y eligiendo frutas y verduras era algo para lo que no hacía mucha falta
pensar, y según lo hacía, me puse a pensar en Archer. Solo nos quedaban trece
días y sentía que al fin estaba abriéndome camino hacia él. Ayer, mientras
hablábamos, lo hacíamos de una manera más personal que antes. Ni siquiera
había hablado a Taylor de mis padres como le había hablado a él. La extraña
dinámica de mi familia era algo que me había estado tragando durante mucho
tiempo, pero de algún modo sabía que era una parte de mi vida que podía
compartir con él.
Y me sentía muy aliviada al darme cuenta de que Archer me iba dejando
atisbar algo de su mundo privado y de los pensamientos que siempre parecían
estar dándole vueltas por la cabeza. No era ni mucho menos un libro abierto,
pero de alguna manera tenía la sensación de que confiaba en mí… o de que al
menos estaba empezando a hacerlo.
Tal vez fuera eso lo que Archer había necesitado desde el principio. Alguien a
quien decir hola, que insistiera y que le demostrara que importaba. Que hiciera
algo pequeño y sencillo para señalar que él era una parte importante. Las cosas
pequeñas podían marcar la diferencia.
—Disculpa. ¿Necesitas ayuda con eso?
Me sobresalté al oír la voz que me habló, que parecía haber salido de ninguna
parte, y miré por encima del hombro para encontrarme con un hombre alto y de
aspecto muy elegante que estaba de pie frente a mí, demasiado cerca. Iba vestido
con un traje gris impecablemente planchado y tenía el pelo rubio, que llevaba
peinado hacia atrás de una manera que me pareció un poco pasada de moda.
Supuse que tendría unos treinta, pero se comportaba como si tuviera más.
—Lo siento, Hadley —dijo el hombre con un acento inglés suave—. No
quería asustarte.
Me sonrió con la cabeza ladeada y al fijarme bien en sus ojos me di cuenta de
que uno era de un azul profundo y el otro negro como el carbón: no era un
hombre cualquiera. El poco tiempo que había pasado con la Muerte me había
proporcionado la habilidad de reconocer todo eso en una persona. Un escalofrío
me recorrió la espalda al preguntarme cómo demonios sabía cómo me llamaba.
—Oh, no, yo… —Soné como si acabaran de pincharme en las tripas—.
Estoy… Estoy bien. Ya lo tengo.
El hombre levantó una ceja y al hacerlo vi un destello de inquietud en
aquellos ojos dispares.
—De verdad, no me cuesta nada.
Antes de que me diera tiempo a rechazar su oferta, se acercó más, alargando
el brazo para tomar una lata grande de corazones de alcachofa.
—Son cuatro latas, ¿verdad?
Debía de haber leído la lista que había dejado sobre una caja de pasta dentro
del carrito, porque estaba segura de no haber dicho en voz alta nada de lo que
necesitaba comprar. El hombre tomó cuatro latas de alcachofas y luego se volvió
hacia mí, apoyando la mano a un lado del carrito del supermercado.
—Ya está. No ha sido tan difícil, ¿verdad, Hadley?
Estaba a punto de preguntarle al tipo cómo sabía todo aquello, pero me
detuve al oír la voz de Archer:
—Ahí estás, Hadley. Te he estado buscando por todo el supermercado.
Fuera lo que fuese que tuviera escrito en la cara (pánico, seguramente) al
mirar al extraño que tenía ante mí, Archer se puso en guardia. Agarró su carrito
de supermercado con más fuerza cuando se dio cuenta de que el individuo estaba
muy cerca de mí, al tiempo que tensaba la espalda al acercarse.
El hombre ni se movió, al contrario, se volvió y sonrió a Archer mientras este
se acercaba.
—Oh, hola —dijo con aquella voz suave y que daba miedo.
—Hola —replicó Archer. Dejó el carrito y se puso a mi lado, obligando así al
hombre a que diera un paso atrás mientras me rodeaba la cintura con un brazo.
Era un gesto posesivo, que hacía que pareciera que éramos más que amigos
(lo que, sospechaba, era lo que Archer quería que creyera). La cara que puso
aquel individuo lo confirmó.
—Solo estaba echando una mano a Hadley —dijo el hombre—. No podía
llegar a la parte alta de la estantería, ya ves.
—¿De veras? —dijo Archer—. Ha sido muy amable de su parte.
El hombre sonrió de nuevo, aunque esta vez vi que había tensión en sus ojos.
—Oh, siempre intento ser amable.
Pero el modo en que pronunció esa última palabra lo fue todo menos eso.
Abrí la boca en un intento de decir algo, o al menos de buscar alguna excusa
para que Archer y yo pudiéramos escapar, pero Morales me dio con la cadera y
me apretó con fuerza, una clara señal de que me estaba diciendo: «Deja que yo
me ocupe».
—No es algo que abunde mucho en estos días —dijo Archer.
—No —asintió el hombre—. Supongo que no. Pero el mundo es muy
pequeño. Supongo que nos volveremos a encontrar.
Me guiñó un ojo al tiempo que se alejaba, echándome otra de esas sonrisas,
para luego darse la vuelta y salir del pasillo donde estábamos.
En el momento en que quedó fuera de nuestra vista, Archer me soltó y dio un
paso atrás. Dejé escapar un suspiro de alivio al tiempo que me apoyaba en las
estanterías y me llevaba una mano al pecho.
—¿Quién era ese? —preguntó Archer. Fijó la vista al final del pasillo, como
si esperásemos que fuera a volver.
—No… tengo ni idea —dije lentamente—. Pero desde luego me ha
parecido… raro.
No me gusta la manera en que te estaba mirando —dijo Archer al fin, sin
perderme de vista—. Lo hacía como si fueras algo comestible.
Había estado más centrada en los ojos de aquel hombre, el modo en que
parecían taladrarme, más que en la cara que ponía. Empecé a preocuparme
porque fuera alguna de esas «cosas» acerca de las cuales la Muerte me había
advertido cuando firmé el contrato. Las «cosas» a las que no les gustaba que el
orden del mundo se viera alterado, algo que desde luego yo estaba haciendo al
volver atrás veintisiete días para tratar de salvar la vida de Archer.
E incluso aunque él no supiera la verdad acerca de los increíbles secretos que
yo guardaba, sabía lo suficiente como para darse cuenta de que había algo raro
en aquel tipo.
—Bueno, ya se ha ido —dije.
—Vayámonos —dijo él, empujando el carrito—. Parece que ya lo tenemos
todo, y no quiero estar dando vueltas por aquí y arriesgarme a que nos topemos
con ese desgraciado otra vez.
Estaba totalmente de acuerdo.
Nos llevó unos quince minutos pasar por caja y guardarlo todo en las bolsas
de la compra que llevábamos, y casi otra hora en llevarlo todo hasta Mama
Rosa’s. Archer había insistido en que tomar un taxi era «demasiado caro», a
pesar de que yo había repetido varias veces que lo pagaría, así que cuando
llegamos a Mama Rosa’s los brazos me dolían de cargar las pesadas bolsas a lo
largo de varias manzanas.
—Bien. Habéis llegado pronto —dijo Victoria al vernos dejar las bolsas de la
compra sobre el mostrador de la cocina de la cafetería—. Ahora, sacadlo todo.
Me tragué un gruñido al dejarme caer contra el mostrador, masajeándome el
antebrazo.
—De acuerdo, bien, pero deja que al menos nos preparemos algo para beber
—dijo Archer—. Ahí fuera está helando.
—De acuerdo. —Victoria le hizo un gesto con la mano mientras empezó a
mirar aquí y allá lo que había en las bolsas—. Pero date prisa, muchacho.
Lancé a Archer una sonrisa de agradecimiento cuando este salía de la cocina,
y luego me volví para ayudar a Victoria a elegir entre el lío de vituallas que
estaban sobre el mostrador. Él volvió pocos minutos después con dos cafés con
leche de avellana, uno lo tomé con ansia, exhalando con alivio al notar cómo labebida caliente me caldeaba.
Todavía estaba muy inquieta por el encuentro que había tenido con aquel
hombre en D’Agostino’s, así que tomar una buena cantidad de cafeína quizá no
fuera precisamente lo mejor, pero poco me importaba. No quería pensar en lo
que podría significar su presencia en mi vida, aquí con Archer no. Tendría que
dejarlo para otro momento.
Cuando por fin acabamos de sacar y guardar todo lo que habíamos comprado,
me quedó claro por qué no volvería a trabajar nunca más con Victoria Incitti.
Aquella mujer hacía que la mirada militar de un sargento pareciera de lo más
suave. Probablemente, Archer había aprendido a ser un mandón de su abuela. En
realidad, me sentí un poco aliviada cuando acabamos y me dio permiso para
irme, solo de pensar que podría irme a casa, a un sitio donde nadie me diera
voces.
Me había puesto el abrigo y estaba colgándome el bolso del hombro cuando
Archer se volvió hacia mí y me dijo:
—Oh, por cierto. Estás invitada a compartir nuestra cena de Acción de
Gracias.
Lo dijo como si tal cosa, como si estuviera hablando del tiempo, así que me
quedé ahí de pie y lo miré sin comprender.
—¿Qué?
—Ya me has oído. —Archer no parecía darse cuenta de lo sorprendida que
estaba, al tiempo que cerraba la puerta del frigorífico—. Estás invitada a la cena
de Acción de Gracias. Quería habértelo dicho antes, pero se me olvidó.
Me quedé desconcertada, del todo.
—¿Estoy invitada? ¿Desde cuándo?
—Desde ahora mismo —dijo él. No sabría decir si se estaba riendo o si
sonreía de satisfacción—. Sé que no tienes otros planes. Así que te vas a quedar
a cenar con nosotros el Día de Acción de Gracias. O serás despedida.
Fui incapaz de reprimir la amplia sonrisa que se me dibujó en la cara.
Comment