Cartas De Una Vida Pasada • Prologo
Una chica siempre sueña con hacer el bien, encontrar su príncipe azul y vivir felices para siempre
Es algo que pasa en los cuentos de hadas, pero también deseas que pase en la vida real, así tendrías una gran historia romántica que contarle a tus hijos, y luego tus hijos de tus hijos, sin embargo, Mamá siempre me decía que no siempre es así, aunque fueses una excelente persona no siempre podrás hacer el bien, habrá desiciones que te pesen en tu conciencia a lo largo de toda tu vida.
Y si encuentras al amor de tu vida no será exactamente un príncipe, hay veces que hay que dejar de lado los prejuicios para poder vivir al máximo tus sentimientos, aunque el destino es caprichoso y se opondrá a que vivas feliz para siempre con esa persona especial, porque te demostrará que los dos son personas distintas, y que cada uno tiene anhelos muy diferentes.
Y en ese momento, en ese precisó momento, es cuando tienes que elegir entre dejar todo lo que habías creído que era correctamente visto por la sociedad o lograr cumplir todo lo que habías soñado y planeado desde que eras joven, dejando esa vida atrás, aún sabiendo que eso te causara momentos caóticos y arrepentimientos en tu nueva vida.
•°•°•°•
Elizabeth nunca se sintió fuera de lo común. Su vida se regía por las mismas reglas y obligaciones que cualquier otra chica de 15 años. Ir a la escuela, hacer sus tareas, cumplir con las expectativas de su madre… Nada fuera de lo ordinario.
Excepto por un pequeño detalle: desde que tenía memoria, solo habían sido ella y su madre, Estela. No conocía otra familia cercana ni había escuchado historias sobre su padre. Su madre, una mujer reservada y entregada a la docencia, había llenado su vida con estabilidad y normas claras, pero nunca con respuestas.
Sin embargo, todo aquello que Elizabeth daba por sentado cambió con una sola llamada.
El fallecimiento de su abuela, la madre de Estela, quien era la única persona aparte de su madre que reconocía como su familia, la cual la conectaba con su otra parte de la familia que realmente jamás había visto, solo en fotos. Este suceso marcó el inicio de un viaje inesperado. Ahora, se encontraba en Morelia, rodeada de rostros afligidos, despidiendo a una mujer a la que no visitaba con frecuencia, pero que aún así sentía suya. El luto pesaba en el ambiente, y mientras observaba las flores blancas acomodadas sobre el féretro, Elizabeth no podía evitar preguntarse qué significaba realmente aquella casa, aquel pasado y, sobre todo, la historia que su madre parecía empeñada en enterrar junto con su abuela.
El sonido de la llovizna golpeaba suavemente los paraguas abiertos y las tumbas de piedra que se alzaban en el cementerio más grande de Morelia. Elizabeth observaba en silencio cómo el ataúd descendía lentamente en la fosa recién excavada. Un nudo le apretaba la garganta, pero no derramó ni una lágrima. La gente a su alrededor sollozaba y murmuraba oraciones en voz baja, mientras su madre, Estela, permanecía erguida a su lado, con el rostro sereno y la mirada fija en la madera oscura que pronto sería cubierta con tierra.
La abuela había sido un pilar en su vida, una voz cálida al otro lado del teléfono, una presencia constante a pesar de la distancia. Y ahora, se había ido para siempre.
—Lo siento mucho, Eli —dijo suavemente una voz a su lado.
Elizabeth parpadeó y giró la cabeza. Marcos, un chico que había conocido apenas esa mañana, la miraba con una mezcla de comprensión y ternura. Su cabello oscuro estaba ligeramente húmedo por la llovizna, y sus ojos reflejaban un interés sincero.
—Gracias —murmuró Elizabeth, sin saber bien qué más decir.
A su alrededor, otros chicos del pueblo también se acercaron a consolarla. Su prima Sofía, una chica de cabello castaño y ojos amables, le apretó la mano en un gesto de apoyo. Otros dos chicos le dieron palmadas en la espalda, recordándole con su presencia que no estaba sola.
Todos se mostraron sumamente empáticos con ella.
Estela los observaba desde unos pasos de distancia. No parecía molesta ni incómoda, pero sus ojos reflejaban una nostalgia extraña. En especial cuando su mirada se posaba en Marcos, como si algo en él despertara un eco de su pasado.
La ceremonia terminó y las palas comenzaron a arrojar tierra sobre el ataúd. Elizabeth desvió la mirada, sintiendo que su pecho se encogía.
—Ven, vamos a casa —le susurró Sofía, tomándola suavemente del brazo.
Elizabeth asintió, dejando que la condujeran de regreso a la casa de su abuela, donde una reunión los esperaba.
"Un hogar lleno de recuerdos"
El interior de la casa tenía un aroma familiar a madera vieja y café recién hecho. La gente llenaba las habitaciones, conversando en voz baja mientras compartían comida y recuerdos.
Elizabeth se sintió extrañamente reconfortada por la calidez del ambiente. Sofía y los demás la rodearon, haciéndola reír con anécdotas tontas de la infancia que a Elizabeth le hubiese gustado compartir con ellos en su momento. Marcos, en particular, se mantenía cerca, preguntándole sobre su vida en la ciudad y mostrándose genuinamente interesado en cada palabra que decía.
Por un momento, Elizabeth se permitió olvidar el dolor de la pérdida. Se sintió en casa.
—Deberían quedarse aquí —comentó de repente su tía, sirviéndose un poco de café—. La casa es de ustedes ahora, Estela. No hay razón para volver a irse.
La conversación en la sala se detuvo.
Estela, quien hasta ese momento había permanecido en silencio, levantó la vista de su taza.
—No podemos quedarnos —respondió Estela con suavidad pero firme de lo que decía.
—¿Por qué no? —insistió su hermana—. Todos aquí te extrañamos, esta es tu casa. No tiene sentido volver a irse tan lejos.
Los murmullos comenzaron a llenar la sala, algunos asintiendo en acuerdo, otros simplemente observando en espera de la respuesta de Estela.
Elizabeth sintió que su corazón se aceleraba. La idea de quedarse le llenaba de esperanza. Quería conocer más a esas personas, a esos amigos que parecían haberla estado esperando todo este tiempo. Quería quedarse.
—Mamá… —susurró, mirándola con súplica.
Estela apretó los labios, sintiendo el peso de todas las miradas sobre ella.
—Nos quedaremos… por unos días —cedió al final, escondiendo su mala gana en su voz.
La emoción de Elizabeth fue inmediata. Se lanzó a abrazar a su tía mientras sus amigos sonreían y la felicitaban. Sin embargo, Estela no parecía compartir su entusiasmo.
Poco a poco, la reunión fue terminando y la casa comenzó a vaciarse. Los vecinos y familiares se despidieron con palabras amables y abrazos cálidos, dejando atrás una atmósfera de melancolía en la vieja casa.
En la puerta, Marcos se detuvo frente a Elizabeth.
—Nos vemos pronto, ¿sí? —dijo con una sonrisa ladeada.
Elizabeth asintió, sintiendo un extraño cosquilleo en el pecho cuando él le rozó suavemente la mano antes de irse.
Cuando la puerta finalmente se cerró, el silencio cayó sobre la casa.
Estela dejó escapar un suspiro y se giró hacia su hija.
—No vamos a quedarnos aquí —dijo sin rodeos.
La emoción de Elizabeth se desvaneció en un instante, fue como si le lanzarán un balde de agua helada desprevenidamente.
—¿Cómo que no? Dijiste que sí.
—Dije que nos quedaríamos unos días. Pero después nos iremos.
Elizabeth frunció el ceño, claramente molesta.
—¿Por qué? No tiene sentido que regresemos a una ciudad donde estamos solas cuando aquí tenemos a todos.
—No quiero discutir, Elizabeth.
—¡Pero quiero entender! ¿Por qué no podemos quedarnos?
Estela apretó la mandíbula.
—Porque esta casa no es nuestro hogar, entiendelo, además de mi....
—¡Pero lo fue para ti! Viviste aquí con la abuela, ¿por qué te niegas tanto a volver? Además, si te refieres a tu trabajo, aquí puedes trabajar también de docente-
Estela no respondió de inmediato. Sus ojos reflejaron algo que Elizabeth no pudo descifrar.
—Por el trabajo no me quejo... pero... hay cosas que es mejor dejar en el pasado —susurró finalmente.
Elizabeth sintió una punzada de frustración.
—No solo es la casa, mamá. Es todo. Es la gente, es este lugar. Es… él.
Estela la miró con seriedad.
—No quiero que te hagas ilusiones con Marcos. No nos quedaremos el tiempo suficiente para eso.
Elizabeth sintió que la ira le subía por la garganta, como si se formará un nudo en la garganta.
—¿Y tú qué vas a saber de estar enamorada? ¡Jamás lo has estado, por eso no me reclames de lo que siento!
Estela abrió los ojos con sorpresa, pero antes de que pudiera responder, Elizabeth dio media vuelta y subió corriendo las escaleras.
—¡Elizabeth, regresa aquí! —gritó su madre.
Pero la joven no se detuvo. Entró en la habitación que había sido de su madre y cerró la puerta de golpe.
Estela se quedó de pie en la sala, con el rostro sombrío. Susurró para sí misma, con una tristeza oculta en su voz:
—Si supieras…
Elizabeth respiraba agitadamente en la oscuridad de la habitación. Se dejó caer sobre la cama, sintiendo que el corazón le latía con fuerza.
Intentó calmarse, pero al girarse, su teléfono resbaló de su mano y cayó al suelo, rodando hasta quedar bajo la cama.
—Genial… —murmuró, agachándose para alcanzarlo.
Metió la mano debajo y sus dedos rozaron algo más que su teléfono.
Frunció el ceño y tiró de aquello.
Era una caja de cartón vieja, polvorienta y arrugada por el tiempo.
Con el ceño fruncido, la colocó sobre la cama y la abrió con cuidado.
Adentro, encontró montones de hojas amarillentas, cuidadosamente dobladas.
cartas.
Y la caligrafía… era la de su madre.
Elizabeth sintió que la piel se le erizaba. Tomó la primera hoja y comenzó a leer.
Las palabras que encontró en su interior la dejaron sin aliento.
"Querido…"
•°•°•°•°•°•
•Hola chicos! Gracias por aceptarme en el grupo, está es mi historia, se llama como pueden ver "cartas de una vida pasada" una historia escrita por mi, ya va adelantada en la app de Wattpad e igual si están interesados y no quieren esperar actualización tarde pueden ir a leerlo directamente en Wattpad, les dejo el link, muchas gracias!!

Comment